jueves, 14 de febrero de 2019

Bloque 7.3. Analiza las diferentes corrientes ideológicas del movimiento obrero y campesino español, así como su evolución durante el último cuarto del siglo XIX

En 1864 se creó en Londres la primera Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), impulsada por obreros franceses y británicos. Esta asociación pretendía conseguir la emancipación económica y social de la clase obrera y terminar con la división en clases de la sociedad liberal, a través de la abolición de la propiedad privada y la imposición de la propiedad colec­tiva de los medios de producción, llegando así a una sociedad igualitaria. En 1871 se produjo en el seno de la AIT un enfrentamiento entre las tendencias representadas por Karl Marx y Mijaíl Bakunin, que tuvo su origen en las diferencias sobre los procedimientos para conseguir los objetivos que se planteaba la asociación: Marx defendía que la clase obrera tenía que organizarse en un partido propio para conquistar el poder del Estado e implantar una dictadura del proletariado, como medio para construir una sociedad sin clases sociales. Por su parte, Bakunin rechazaba cualquier participación política del proletariado, y proponía la destrucción directa del Estado, de toda propiedad y de cualquier forma de autoridad, ya fuese religiosa, política o familiar, proponiendo la organización de la sociedad mediante la federación de comunas libres. Este enfrentamiento ideológico provocó la escisión de la AIT en dos fac­ciones: la socialista o marxista, y la anarquista o bakuninista.

En España, el movimiento obrero también quedó dividido, en 1871, en estas dos corrientes, a menu­do irreconciliables: la socialista, seguidora de las doctrinas de Marx y pre­dominante en Madrid, Bilbao, Cantabria y Asturias, y la anarquista, parti­daria de las tesis de Bakunin y mayoritaria en Cataluña, Valencia, Andalucía y Aragón.
Tras el fin de la I República, en la que el movimiento obrero tuvo un especial florecimiento, Serrano prohibió las asociaciones obreras, que tampoco tendrán muchas posibilidades de actuación durante los primeros años de la Restauración, ya que el derecho de asociación, reunión y manifestación estaban limitados. A partir de 1881, con el gobierno de Sagasta, hubo una mayor permisividad y las asociaciones obreras comenzaron a reorganizarse, hasta su legalización en 1887.
En 1879, Pablo Iglesias fundará el Partido Socialista Obrero Español (P.S.O.E.), dentro de la corriente marxista. Concebido como un partido de masas, perseguía la conquista del poder político por la clase obrera para abolir la propiedad privada y la sociedad de clases, y en su programa incluía numerosas reivindicaciones políticas y sociales. No obstante, durante este periodo no tuvo mayor incidencia en la vida política. En 1888 se creó en Barcelona el sindicato socialista Unión General de Trabajadores (UGT), con especial arraigo entre los mineros y los obreros de la siderurgia de Vizcaya y Asturias. Una de sus principales iniciativas fue la celebración, a partir de 1890, de la fiesta del 1º de Mayo, celebración que servirá de aglutinante del movimiento obrero y de cauce de expresión de sus reivindicaciones.
Por su parte, el anarquismo se reorganizó en 1881, con la fundación de la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), con especial incidencia entre los obreros de la industria textil en Barcelona y entre los jornaleros andaluces. El movimiento anarquista sufrirá una división, entre los partidarios de la acción directa, violenta, como la llevada a cabo en Barcelona entre 1893 y 96 o el asesinato de Cánovas, y quienes defendían la acción sindical, a través de la huelga general y de reivindicaciones relacionadas con la jornada laboral y las condiciones de vida del proletariado. Las acciones violentas de los más radicales perjudicaron a todo el anarquismo, que sufrirá durante este periodo una brutal represión.
La publicación, en 1891, de la encíclica papal Rerum Novarum, por León XIII supuso el reforzamiento de los Círculos Obreros Católicos, surgidos en los años 60. En un principio eran más bien casinos populares para apartar a los obreros de las tabernas que sindicatos reivindicativos, pero a partir de la encíclica, la iglesia española constituyó en Madrid el Consejo Nacional de las Corporaciones Católico-Obreras, que agrupaba a los círculos y asociaciones de inspiración católica, pero sin interés reivindicativo alguno.  Se trataba más bien de un sindicalismo apolítico e interclasista, lo que impidió su aceptación mayoritaria por la clase obrera.

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