¿Quién dice que la Historia es aburrida?...

Don Rodrigo y Florinda (la Cava)

Cuenta la leyenda que fue el conde Don Julián, gobernador de Ceuta, quien ayudó a los musulmanes a cruzar el estrecho de Gibraltar, despechado por la deshonra que Don Rodrigo había infligido a su querida hija Florinda (conocida después como "la cava", prostituta en árabe). 

La hermosa joven había sido enviada a la corte al igual que otras jóvenes, tal vez con la idea de que el rey, que era soltero, encontrara esposa; pero él se enamoró de la doncella y la sedujo, ella se quejó a su padre y éste, en venganza, abrió las puertas de España a los moros que destruyeron el reino visigodo  permaneciendo en la península durante ocho siglos. 



Todo empezó, según la leyenda, un día que la Cava se bañaba desnuda en un patio del palacio.

 "En la sombreada alberca
su cuerpo brilla tan lindo
 que al de todas las demás
 como sol ha oscurecido. 

Pensó la Cava estar sola,
 pero la ventura quiso
 que entre una especie de yedras
 la mirara el rey Rodrigo.

Pasó la ocasión el fuego
 en el corazón altivo,
 y amor, batiendo sus alas,
 abrasóle de improviso.  

De la pérdida de España
 fue aquí funesto principio;
 una mujer sin ventura
 y un hombre de amor rendido.  

Florinda perdió su flor,
 el rey padeció el castigo,
 ella dice que hubo fuerza,
 él que gusto consentido.  

Si dicen quién de los dos
 la mayor culpa ha tenido,
digan los hombres: la Cava
y las mujeres: Rodrigo. (...)"

Fuese de quien fuese la culpa, el caso es que Don Julián echó una manita a las tropas musulmanas establecidas en el norte de África, y estas entraron en la península y derrotaron al rey Rodrigo:

"(...)
En Ceuta está don Julián, 
en Ceuta la bien nombrada;
para las partes de allende 
quiere enviar su embajada;
moro viejo la escribía 
y el conde se la notaba;
después de haberla escrito, 
al moro luego matara.
Embajada es de dolor, 
dolor para toda España.
Las cartas van al rey moro, 
en las cuales le juraba
que si de él recibe ayuda, 
le dará por suya España."

 Está claro que "en todas partes cuecen habas".

El oso de Fabila (rey astur, hijo de D. Pelayo)



"Como el rey D. Favila fuese venido a esta vega, o cerca de Santa Cruz. Una gran cabalgada de moros que habían entrado a correr aquellas montañas teniendo sus tiendas en el campo cerca de la ermita que digo de Santa Cruz sin quitarse el saco de malla que traía con el pavés (escudo oblongo que cubre casi todo el cuerpo) en la mano y la espada en la cinta, quiso ir a montería. Su mujer la reina Froiliuba, dándole el corazón saltos con temor de algún mal suceso, porfiaba con el rey que se desarmase, que venia cansado de pelear y que dejase por aquel día la caza. Tirábale del faldón de la ropa pidiéndole con lágrimas y palabras de amor que se apease. El rey porfiaba en ir y tomando un azor en la mano se despidió de la reina; y ella con mucho sentimiento le abrazó y besó, quedando muy lastimada por los secretos anuncios que le daba el alma. El rey subió por un monte que está cerca de la vega, que se llama sobremonte al lugar de Helgueras, metióse en un vallecillo que hace ese monte y yendo sólo se topó con un oso; osada y atrevidamente, soltando el pájaro que llevaba echó mano de su espada y embrazó el pavés, cerró con el oso dándole una estocada por los pechos o hijadas, más no bastó en quitar al oso que no se abrazase con el rey, y le hiriese hasta matarle sin tener quien le ayudase. En el lugar donde los suyos le hallaron muerto está hoy una cruz."

Según la leyenda narrada por Fray Prudencio de Sandoval en Historia de los cinco obispos,(1639)

Esto sucedió según parece, en la aldea montañesa de Llueves, y de aquí podría venir el dicho: "Espabila Favila que viene el oso"

Alfonso X "el sabio". "Sabio pero desdichado”

“A la vista del calificativo "el Sabio" con que ha pasado a la Historia, muchos que no lo conocieron personalmente se han forjado del rey Alfonso X una imagen no demasiado exacta. Los tópicos resultan muy cómodos. Su padre fue "el Santo". Su suegro "el Conquistador". Así los papeles quedan repartidos y los profesores de bachillerato se evitan complicaciones. Pero no. Nuestro amigo Alfonso -me permito la confianza porque son ya muchos años trabajando codo con codo- fue un personaje extraordinariamente normal y no tan marcusianamente unidimensional como pretende el epíteto. A él seguramente le hubiera hecho mucha gracia el apodo, de haberlo conocido, pero precisamente uno de los aspectos que su sabiduría ignoraba era el futuro, por más que esperaba vislumbrarlo a través de los astros. Ni siquiera pudo prever su futuro inmediato. Pretendió adquirir categoría de emperador, pero sus esfuerzos fracasaron. Tuvo diez hijos de tres mujeres, pero la familia, lejos de proporcionarle la felicidad, amargó los últimos años de su existencia hasta el punto de que hay quien afirma que fue el monarca castellano que tuvo una vejez más desdichada.
Tampoco hay que imaginárselo por ello tristemente filosófico, meditando sobre la caducidad de la vida. Al contrario. En los buenos momentos Alfonso se entregó a los placeres con pasión y disfrutó de cuanto un rey medieval podía disfrutar. Hizo la guerra contra el infiel y le conquistó plazas importantes. Viajó por lugares maravillosos dentro y fuera de sus reinos. Conoció hombres sabios y mujeres bellas. Se sintió centro de reuniones de gente escogida, guerreros, trovadores, científicos y nobles. Escuchó aves melodiosas, músicas refinadas y poesías magistrales. Cazó, jugó, bebió y se divirtió de mil maneras. Y, sin embargo, su mejor poema, el más sincero y palpitante, es aquél que dice (en gallego): Nada me agradaría tanto, ni el canto de las aves, ni el amor, ni la ambición, ni las armas, como un buen galeón que me alejara de este demonio de campiña llena de escorpiones, cuya espina ya he sentido en mi corazón. O sea, un rey normal, lo suficientemente sabio para darse cuenta de sus equivocaciones y lo suficientemente humano para volver a equivocarse."
Pepe Rey. Grupo SEMA. (Arraki.es)

Alfonso XI y Leonor de Guzmán.  La historia de una pasión
 

El rey casó con María de Portugal (ya sabéis que entonces los matrimonios eran "amañados"), con la que tuvo dos hijos, de los que sobrevivió uno, Pedro I "el cruel". Sin embargo no se puede decir que bebiese los vientos por María, a la que abandonó de hecho, cuando reconoció "oficialmente" a su amante Dña. Leonor de Guzmán. 


A pesar de la intervención del Papa, que le recomienda: "Examina tu conciencia y mira si no te habla nada acerca de esa concubina a que hace tanto tiempo estás demoniadamente apegado en detrimento a tu salvación y de tu gloria", el monarca no hace ni caso y erre que erre, mantiene a Doña Leonor como reina de "facto". Con ella tiene diez hijos, lo que provocará, a la larga, la grave guerra civil que asolará Castilla. entre 1366 y 1369.
Pedro I, hijo de la santa  esposa repudiada, ordenó, al poco de subir al trono, el encierro de Leonor de por vida. Posteriormente será envenenada, presumiblemente por orden de la reina madre (la abandonada y vejada María) en Talavera de la Reina.



Enrique IV "el impotente"

En el siguiente enlace podéis leer la historia de este pobre hombre, que demuestra que no siempre ser rey es una bicoca. 

http://apruebohistoria.blogspot.com.es/2009/12/enrique-iv-el-impotente.html



Enrique IV "televisivo"


Retrato de Enrique IV 



















Juana "La Beltraneja", o la triste historia de una princesa destronada...

Hija de Enrique IV de Trastámara y de Juana de Portugal, bueno eso es lo que se dice de manera oficial, pero tras las puertas de palacio se corre la voz sobre otros posibles orígenes de la Princesa de Asturias.  Dicen las malas lenguas que cuando la susodicha princesa fué concebida (primavera de 1461) el rey no estaba en casa, ya que andaba de correrías por Navarra. Quien sí parece que andaba por allí (por la corte me refiero) era un tal Beltrán de la Cueva, quien, siempre según las malas lenguas, vivió amores con la reina, fruto de los cuales nacería la pobre Juana.
Pero ¿por qué se extendieron estos rumores? ¿qué tenían de cierto?. Bueno, parece ser que en el proceso de anulación de su primer matrimonio con Blanca de Navarra, la esposa alegó "impotenica manifiesta" del esposo, y... de ser esto cierto cabe preguntarse ¿se curó el rey de su impotencia con Juana de Portugal?, ¿buscó Dña. Juana "consuelo" en otro lecho ante la incapacidad del rey? ¿fué un simple problema de "cuernos" reales?. Los historiadores no se ponen de acuerdo, pero lo cierto es que los médicos afirmaron la impotencia del rey y la pobre Juana perdió el trono, el reino y la libertad. Sí, porque su tía Isabel se lo arrebató todo, alegando sus derechos dinásticos; después la ganó en una guerra y la mandó encerrar en un convento ¡de por vida!. Ay señor!... cuantos disgustos da pertenecer a la casa real...

¿quién dice que la Historia es aburrida?...

La leyenda fúnebre de la Reina...¿Loca?

Felipe I, mal llamado El Hermoso, no fue un buen Rey de Castilla. Tampoco fue un buen marido. Ni siquiera demostró inteligencia en los últimos minutos de su vida: bebió un vaso de agua helada después de jugar a pelota... y murió. Tenía 28 años, cinco hijos y otro en camino. Su mujer era Juana I, también mal llamada "la loca", segunda hija de los Reyes Católicos y casada con Felipe de Habsburgo a los 17 años, por necesidades de Estado.

Nadie contó con que Juana acabaría enamorada hasta los huesos de Felipe, y que aquel amor era tan apasionado como no correspondido. Pero Doña Juana siguió amando a su marido hasta después de muerto, y bastó el deseo de Felipe de ser enterrado en Granada para que la Reina de Castilla iniciara un peregrinaje con el féretro, que duró tres años (1506-1509).
Esta es la historia de un cortejo fúnebre, mitad real mitad leyenda, y de una reina no tan loca como políticos y gobernantes se empeñaron en demostrar.

Juana I de Castilla tenía 27 años y a la futura reina de Portugal, Catalina de Austria, en su vientre, cuando conoció la noticia de que su marido había muerto en Burgos. Corría el año 1506, pero entonces ya se hablaba de la locura de Doña Juana. Una locura a la que hubiera sido más correcto llamar desesperación e impotencia. Los malos tratos de Felipe El Hermoso, sus continuas ausencias y constantes infidelidades influyeron en el comportamiento de la Reina. Los primeros años de su matrimonio, cuando aún estaban en Flandes, eran una sucesión de disgustos a causa de los celos. Comenzó a considerársela loca, pero, curiosamente, esto coincidía con las posibilidades de Doña Juana a la herencia hispana tras la muerte de sus hermanos.

Algunos señalan que lo que padecía la Reina era una esquizofrenia, lo que quizás explicaría la alternancia de sus momentos de absoluta lucidez con otros de pérdida de control. La lucidez quedó demostrada infinidad de veces en lo acertado de sus decisiones políticas; las pérdidas de control, no tanto. Su marido, su padre, su hijo, el cardenal Cisneros... todos pusieron su grano de arena para que Doña Juana sacara lo peor de sí y diera el argumento demente que todos buscaban. El culmen de su locura se produjo aquel año de 1506. Felipe, su marido, fue trasladado ya cadáver a la Cartuja de Miraflores, muy cerca de Burgos. Y allí comenzó una leyenda convenientemente inspirada por los cronistas de su época, que escribían al servicio y en justificación de aquellos que le arrebataron la Corona y el Reino.

Sí es cierto que la Reina luchó por llevar el cadáver de su marido a Granada, tal y como él dejó dicho, y que se negaba a separarse del féretro por temor a que le impidiesen cumplir los deseos de Don Felipe, pero no lo son tanto las fábulas que se levantaron en torno al peregrinaje fúnebre.
Nieves Concostrina. http://www.guiarte.com/juanalaloca/cuentaviajes/

(Si quieres seguir toda la historia del peregrinar de Juana, pincha el enlace de su nombre y lee las páginas que lo narran. Es una manera distinta de contar la Historia). 


La maldición de Laurinaga:

En el S. XV don Pedro Fernández de Saavedra, fue nombrado señor de las islas Afortunadas. En Fuerteventura. Don Pedro, tan conquistador en el amor como en la guerra, cobró fama, nada más llegar a la isla por sus aventuras con las muchachas guanches. Se casó, al poco tiempo de llegar allí, con doña Constanza Sarmiento, hija de García de la Herrera, y tuvo catorce hijos, amén de todos los ilegítimos que sembró por la isla en sus frívolas aventuras. Con el transcurso de los años, uno de los hijos de doña Constanza, don Luis Fernández de Herrera, se convirtió en un apuesto caballero, heredando todos los defectos de su padre, pero ninguna de sus virtudes. Era altanero, petulante y conquistador; pero cobarde para la guerra. Y le resultaba divertido seducir a las muchachas indígenas, que le miraban como a un héroe.

En una ocasión, se encaprichó de una bellísima doncella que había sido bautizada como cristiana con el nombre de Fernanda. A la muchacha no le disgustaba la presencia de don Luis; pero no se decidió a poner en juego su reputación accediendo a sus deseos. Pasaron los meses y el galán siguió acosando a Fernanda, que cada día se sentía más dispuesta para aquel juego, hasta el extremo de aceptar una invitación de don Luis para asistir a una cacería organizada por su padre. 

 Llegado el día, don Luis se las arregló para estar solo toda la mañana con la ya
enamorada doncella. Comieron plácidamente a la sombra de un chopo y poco después el joven caballero la invitó a dar un paseo. En animada conversación llegaron a una espesa arboleda cuando ya la tarde declinaba. Don Luís, creyendo que ya había llegado el momento de prescindir de galanteos platónicos, intentó abrazar a Fernanda. Ella trató de defenderse, pero comprendiendo que le sería imposible hacerlo, pidió socorro a grandes voces. Los gritos fueron oídos por los cazadores, y advirtieron la ausencia de la pareja.
Don Pedro montó en su caballo y, en compañía de otros caballeros, picó espuelas para dirigirse hacia allí. Antes de que llegaran, pudo acudir un labrador indígena, que al ver la situación de la doncella trató de defenderla de don Luis. Éste, ofendido y molesto, desenvainó un cuchillo, dispuesto a quitar la vida a aquel indígena. Pero no fue posible, porque, tras unos minutos de lucha, el labrador pudo arrebatar el arma a don Luis. Iba a clavársela, como venganza, ciego de ira, cuando don Pedro, que llegaba a todo galope y había visto la escena se precipitó con su caballo sobre el campesino que cayó con violencia al suelo y murió en el acto. 
Entonces apareció de entre los árboles una anciana indígena, madre del labrador, que lanzando una mirada dolorida sobre aquel cuadro, se dio cuenta enseguida de lo ocurrido. Levantó la cabeza para conocer al causante de aquella muerte, y se encontró con la de don Pedro, el caballero que la había seducido en su juventud y del que había tenido aquel hijo que acababa de morir. La anciana al reconocerle, ciega de indignación, le hizo saber que ella era Laurinaga y que aquel cadáver era el de su propio hijo. Luego, elevando los ojos al cielo, como invocando a los dioses guanches, maldijo con voz temblorosa y acento grave aquella tierra de Fuerteventura, por ser señorío de aquel caballero don Pedro Fernández de Saavedra, causante de todas sus desgracias. 
Dicen que a partir de aquel momento empezaron a soplar sobre aquellas tierras los vientos ardientes del Sahara, que se empezaron a quemar las flores y toda la isla fue convirtiéndose en un esqueleto agonizante, que según la maldición de Laurinaga, acabará por desaparecer.

 Carlos II "el hechizado"
 
Padeció raquitismo infantil, como queda constancia en su abultada cabeza y en que no pudiera caminar con normalidad hasta los 10 años, a pesar de que el heredero del Felipe IV tuvo una lactancia que duró casi cuatro años y contó con 28 nodrizas.
La primera de sus esposas, seguía siendo virgen al año de matrimonio. La esterilidad que padecía no se debía al hechizo, sino a una enfermedad genital. "La causa de la esterilidad radicaba en un hipogenitalismo, ya que el rey tenía un solo testículo y era atrófico". La historia de su hechizamiento empieza aquí. "Un astrólogo de Bohemia le dijo al monarca que la causa de la esterilidad radicaba en que no se había despedido de su padre en el lecho de muerte, por lo que Carlos II se dirigió al monasterio de El Escorial, mandó sacar la momia de Felipe IV y durante unos minutos estuvo contemplándolo".
Esto no logró resolver su "problema" y su segundo matrimonio fue igual de infecundo que el primero, a pesar de las mil perrerías a las que fue sometido por sus médicos, confiednets, confesores etc. A pesar de todo esto, logró sobrevivir 37 años, provocando con su testamento un terremoto político en Europa, que dará lugar a la "Guerra de Sucesión". 
http://www.buscabiografias.com/bios/biografia/verDetalle/8072/Carlos




ISABEL II: amante de España… y de sus amantes.



  Matrimonio obligado a los 16 años con su primo hermano Francisco de Asís, llamado también “Paquita”. Aseguran los historiadores que cuando la reina se enteró de quién iba a ser su futuro esposo exclamó: "¡No, con Paquita no!” Pasó de ser el símbolo de los liberales frente a los absolutistas, a la “deshonra de España”, la imagen de la frivolidad y el desenfreno, fomentada por los partidarios de la “Gloriosa”, la revolución liberal de 1868. Una vida desgraciada junto a su marido impuesto. Lo que para unos fue insatisfacción en su vida amorosa, para otros, principalmente enemigos políticos, se convirtió en ninfomanía y lujuria desatada.   Una copla popular decía de don Francisco:   “Gran problema es en la Corte averiguar si el consorte cuando acude al excusado mea de pie o mea sentado.”   La misma Reina comentó lo que pensó sobre Francisco de Asís en la noche de bodas: “Qué podía esperar de un hombre que en la noche de bodas llevaba más encajes que yo”.  
Mientras Isabel orientaba su vida afectiva y sexual rodeándose de una corte de amantes, su primo consorte se relacionó con un joven galán, Antonio Ramón Meneses, con quien logró cierta estabilidad emocional.   Otra copla decía:   “Paco Natillas es de pasta flora y se mea en cuclillas como una señora.” Fue así como Isabel comenzó a tener hijos con sus amantes. Francisco hizo a su vez un excelente negocio. No dijo esta boca es mía, reconocía los hijos, pero por cada retoño que nacía recibía un millón de reales por presentarlos en la corte. Oficialmente, Isabel II de Borbón y Francisco tuvieron doce hijos, de los que sólo sobrevivieron cinco, uno de ellos, el que sería el rey Alfonso XII. Cuentan que Isabel dijo a Alfonso:   “Hijo mío, la única sangre Borbón que corre por tus venas es la mía”.   Amantes de la reina fueron: Carlos Marfori, Obregón, Emilio Arrieta, Miguel Tenorio, José María Ruiz de Arana, el general Francisco Serrano, “el general bonito”, quien parece ser que fue el primero  de los amantes, también paradójicamente abrió a la reina otro tipo de camino, el del exilio. Otro fue el militar Enrique Puig Moltó, a quién se atribuía la paternidad del futuro Alfonso XII, más conocido popularmente como “el puigmolteño” Así, se oía por la calle:   “Isabelona tan frescachona y don Paquito tan mariquito.”  

Alfonso XIII... siguiendo el camino de su abuela. La paciencia de Victoria de Battemberg


Es de sobra conocida la sacrificada y obligada tolerancia de Victoria Eugenia hacia los constantes devaneos de su marido, al que sus propios cortesanos le procuraban continuamente nuevas aventura sexuales. Una situación que parecía inmutable hasta que, en un momento dado, todo cambió. El rey encontró a una mujer de la que se enamoró realmente.
«El nuevo amor de Alfonso se llamaba Carmen Ruiz Moragas. Los sentimientos del Rey hacia ella eran distintos a los despertados por otras queridas. Carmen era una actriz de gran belleza y no mucho talento. De no haber estudiado con María Guerrero, nunca hubiera llegado a ser lo bastante prominente como para atraer la atención del Rey (...). Alfonso se enamoró de ella casi a primera vista. Carmen pronto se dio cuenta de que esta vez no se trataba de una de las ya conocidas y notorias aventuras de paso del Rey. Instintivamente comprendió, casi enseguida, cuáles eran las necesidades de este hombre, interiormente tan torturado y carente de confianza en sí mismo, pese a su despliegue en energía exterior. (…)
(…)Carmen Moragas tuvo un varón y una niña del Rey. 'La Moragas', como la llamaba la gente, fue fiel a Alfonso durante la década de 1920, sin esperar que él no tuviera otras amantes, especialmente como sucedía desde hacía años durante sus viajes a París. Esas mujeres no importaban a 'La Moragas', que nunca estuvo enamorada del Rey (…). Llamaron Leandro al hijo varón. Era notablemente parecido a Alfonso y fue enviado al Colegio de los Agustinos, que se alojaba en una parte del vasto palacio de El Escorial, un poco al norte de Madrid. (...) El otro hijo era una niña, llamada María Teresa, por la hermana del Rey. Era sorprendentemente parecida a Victoria Eugenia, ya que su madre tenía gran parecido con la Reina. También sabía que le esperaba una vida de pretendido anonimato. Hizo lo que pudo y se casó con un italiano, pero murió joven» (...). 
El Mundo.es, citando a Gerard Nöel. “El bastardo real”. La Esfera de los libros

5 comentarios:

  1. No tengo ningún inconveniente en compartir mis entradas con amantes de la historia.
    Solo que me gustaría que se citara la procedencia:
    http://latinajadediogenes.blogspot.com/2009/06/isabel-ii-reina-de-espana.html
    Esta entrada fue publicada en mi blog el 10 de junio de 2009.
    Un saludo.

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  2. Siento mucho no haberle citado pero mi cita no es de su blog, que yo desconocía, sino una parte de http://wikihistoriarosa.wikispaces.com/Isabel+II. De haberla cogido de un blog particular lo habría citado. En cualquier caso mis disculpas. No soy amante de la Historia, soy profesora de Historia y utilizo muchas fuentes que, normalmente y salvo despiste, siempre cito. Saludos y prometo seguir su blog

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  3. Ya me he pasado por el enlace de wikihistoria y he podido comprobar con desagrado que me ha cogido prácticamente entera la entrada sin citar su procedencia.
    Gracias por advertírmerlo.
    Un saludo.

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  4. Para los tordesillanos siempre decimos que Juana estaba loca de amor, muy interesante y como tu dices otra forma de contar la historia. Un saludo

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    1. Por supuesto. Juana sufrió de amor y celos, y de incomprensión. Fue víctima de la ambición de dos hombres, su marido y su padre. Una pena

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