viernes, 12 de octubre de 2018

Bloque 3.4. Analiza la política respecto a América en el S. XVI y sus consecuencias para España, Europa y la población americana

En los siglos finales de la Edad Media se generaron unas condiciones técnicas, económicas y políticas que fue­ron decisivas para que se produjeran los descubrimientos geográficos que marcaron la época del Renacimiento.
Entre los factores técnicos hay que mencionar el desa­rrollo de la cartografía, los instrumentos de navegación y las técnicas náuticas, así como un avance im­portante en la construcción naval, con la aparición de la nao y la carabela.  Entre factores económicos, la más importante fue el crecimiento del comercio internacional en los siglos XIV y XV, que aportó los capitales necesarios para las empresas de navegación. La falta de metales preciosos también ani­maba a buscar nuevas minas y yacimientos, pero fue la necesidad de buscar una nueva ruta hacia las Indias (tras la caída de Constantinopla), en busca de especias y productos de lujo, la que llevó a los portugueses, primero, y a los caste­llanos después, a lanzarse a la aventura. Por último, están los factores políticos e ideológicos: la hegemonía europea basculaba ha­cia los países del Atlántico, y la rivalidad entre los estados de la Península fomentó la competencia entre ellos y el interés de ambas coronas en las empresas de descubri­miento. Además, la cultura humanística impulsaba la curiosidad científica, y los intelectuales recomendaban a los reyes las exploraciones geográficas.

Tras el descubrimiento, en octubre de 1492, el mapa del centro de América quedó completado entre 1508 y 1516, cuando Alonso de Ojeda reconoció la costa venezolana y Diego Ponce de León exploró toda la costa de Florida. En 1513 Vasco Núñez de Balboa, atravesando el istmo de Panamá, descubrió el océano Pacífico, confirmando definitivamente que aquellas tierras pertenecían a un nuevo continente.
Entre 1519 y 1550 se terminaron las expediciones de descubrimiento y conquista, con la ocupación de México, Perú y el sur del continente. En este proceso se produjo la desaparición de dos grandes imperios: los aztecas y los incas, favorecida por una serie de factores: Las disputas internas debidas al abuso de los aztecas sobre otros pueblos, lo que los llevó a colaborar con los españoles. También las creencias religiosas y las leyendas indígenas tuvieron su importancia, sobre todo en la aceptación inicial de los españoles como “enviados de los dioses”. Sin embargo, serán factores determinantes la superioridad del armamento español, especialmente las armas de fuego, el uso de caballos y perros y, por supuesto, el desconocimiento de la rueda por parte de los pueblos indígenas.

La conquista se realizó mediante expediciones particu­lares, en las que los conquistadores firmaban unas capitu­laciones con la Corona, primero, y más tarde con sus gober­nadores. En ellas se fijaban los objetivos y el reparto del botín. Eran, por tanto, expediciones en las que lo que primaba era la obtención de beneficios rápidos, so­bre todo oro. En los primeros tiempos, en las grandes islas del Caribe, los conquistadores se dedicaron a extraer la mayor canti­dad de oro posible, sometiendo a los indígenas a un traba­jo forzoso sistemático. El resultado es que en unos pocos años se obtuvo todo el oro que los indígenas antillanos ha­bían producido durante cientos de años, de manera que en 1525 el ciclo del oro había terminado. La mortalidad de los indígenas fue enorme, provocando una importante despoblación y el consiguiente descenso de mano de obra.

La colonización fue distinta en el continente. Se trataba de una gigantesca extensión de tierras, con suelos fértiles y una gran población indígena más estructurada. Los colonos se adueñaron de la tierra y obligaron a los indios a trabajaría mediante el sistema de encomiendas. Éstas consistían en la entrega de un grupo de indios al colono, teóricamente para ser evangelizados e instruidos, pero que en la práctica fueron obligados a trabajos forzosos y al pago de tributos.  Entre 1545 y 1546 se descubrieron las gran­des minas de plata del Potosí (Perú) y Zacatecas (Nueva España), y comenzó su explotación sistemática. A lo largo de todo el siglo la producción de plata fue en aumento, sobre todo desde la aplicación de una nueva técnica, la amalga­ma de mercurio, que permitía aumentar la velocidad de producción. La plata americana resultó vital para sostener las gue­rras europeas de la monarquía hispánica a lo largo de los siglos XVI y XVII. Para garantizar que hubiera mano de obra se introdujo la mita, un sistema de trabajo forzoso, tomado de la civiliza­ción inca, que obligaba a un porcentaje de trabajadores de cada pueblo a prestar servicios en las minas a cambio de un salario. Aunque en teoría la jornada y las condiciones de trabajo estaban rígidamente reguladas, la dureza de las minas provocaba la muerte de cientos de trabajadores.

La explotación sistemática de los indígenas, junto con la transmisión de enfermedades como la gripe, provocó una elevada mortalidad indígena, y llevó a algunos miembros de la iglesia a plantear severas críticas, con la intención de hacerlas llegar a la corte de Madrid. La polémica estalló en 1511, cuando un dominico, fray Antonio de Montesinos, denunció en un sermón la ex­plotación de los indios. El sermón causó un enorme impac­to, hasta el punto de que Fernando el Católico convocó una junta en Burgos para estudiar el problema. Las “Leyes de Burgos” de 1512 proclamaron la libertad y los derechos de los indios a una vivienda y a un salario justo, pero también el derecho de conquista y la obligación de evangelizarles. Se redactó un requerimiento que debía ser leído a los indígenas en cada territorio al que llegaran los conquistadores, informándoles de quiénes eran los castellanos y de la obligación de los aborígenes de aceptar la autoridad de la monarquía católica, en caso contrario, se les podría declarar la guerra.

En los años siguientes hubo un intenso debate entre teólogos, juristas de la escuela de Salamanca y frailes a favor y en contra de la esclavi­zación. Entre los primeros destacó Juan Ginés de Sepúlve­da, que subrayaba la incapacidad de los indios para autogobernarse y la necesidad de acabar con costumbres como el canibalismo. Entre los juristas destaca Francisco de Vitoria, quien, son sus planteamientos sobre el derecho de los indios a sus tierras, sentará las bases del moderno derecho internacional. Entre los frailes que apoyaban a los indígenas el más insistente fue Fray Bartolomé de las Casas, que escribió varias obras dedica­das a denunciar los abusos a que se sometía a los indíge­nas. Ambos (Juan Ginés de Sepúlveda y de las Casas) se enfrentaron en la célebre Junta de Valladolid, en 1550, a la que asistieron los mejores teólogos y juristas de la época. El hecho mismo de que se discutiera sobre el tema en el siglo XVI merece destacarse, porque fue un debate insóli­to, no repetido en otras experiencias de colonización de otros países europeos.

La incidencia de la conquista y colonización en las sociedades indígenas americanas fue muy importante. Desde el punto de vista demográfico supuso una auténtica hecatombe, por un lado, por la incidencia de enfermedades como la gripe y por otro, por el efecto demoledor de la explotación laboral en minas y explotaciones agrarias.

Desde el punto de vista social y cultural, la sociedad indígena quedó relegada a las zonas rura­les y profundamente desestructurada. Para someter a los indios, los colonizadores contaron con el apoyo de los caciques, los jefes de las tribus, que fue­ron reconocidos como tales y mantuvieron su autoridad en los poblados. Las culturas indígenas desaparecieron casi por comple­to en el choque de la conquista, ya que, desde el principio, el obje­tivo de los colonos fue introducir la cultura europea entre los indios. Sin embargo, a diferencia de otras experiencias colonizadoras, en el caso de la América española, se produjo un importante mestizaje entre españoles e indígenas, dando lugar a una  nueva sociedad mestiza que tendrá un importante protagonismo en siglos posteriores.

Desde el punto de vista cultural, el dominio español llevó a América la lengua castellana, el desarrollo de estudios superiores en colegios y universidades y el arte europeo, que unido a las formas de expresión indígenas, dio lugar a un arte propio, extraordinaria mezcla de los dos continentes.

El descubrimiento supuso para Europa una nueva visión del globo. Hasta 1492, el mundo conocido por los europeos era mucho más limitado. El descubrimiento y los primeros viajes de exploración que confirmaron la existencia de un nuevo continente y el viaje de Magallanes y Elcano demostró defini­tivamente la esfericidad de la tierra, algo ya planteado entre geógrafos y científicos. En muy po­cos años, las tierras conocidas se habían multiplicado de forma espectacular, y la percepción del globo cambió radi­calmente.

Los descubrimientos modificaron también profunda­mente dos campos científicos: la cartografía y la navega­ción. Tras unos primeros mapas algo rudimentarios, como el de Juan de la Cosa (1499), a mediados del siglo XVI existía ya un conocimiento bastante profundo no sólo de la costa americana, sino también del interior. Las anotaciones de los descubridores y de los navegantes permitieron perfec­cionar las técnicas cartográficas y construir una imagen del planeta mucho más avanzada que la que se tenía an­tes de los descubrimientos Los viajes americanos también permitieron desarrollar importantes avances en navegación. Se perfeccionaron los métodos e instrumentos de situación (cálculos de longitud y latitud), las cartas de navegación, el conocimiento de los vientos y de las corrientes marinas, así como la construcción de barcos.

Desde el punto de vista demográfico, la emigración a América fue un fenómeno relativa­mente escaso. Se calcula que, a finales del siglo XVI, apenas unos 200.000 peninsulares habían emigrado al nuevo continente. Era un pequeño porcentaje de la población, procedente del interior de Andalucía, Extremadura y Castilla principalmente, además, fue una emigración mayoritariamente masculina.

En la economía. los productos de origen colonial apenas repercutie­ron en la población peninsular. Sólo las clases dirigentes consumieron productos como el cacao o el tabaco, aun­que la penetración en los mercados hispanos y europeos fue creciendo con el tiempo. A finales del siglo XVIII, el algodón traído de América se convirtió en un producto esencial para el crecimiento de la industria textil catala­na. En ese mismo siglo, por otro lado, cultivos como la pa­tata o el maíz se adoptaron en el norte, contribuyendo a mejorar la dieta campesina.

Mucho mayor fue la repercusión de la plata, que condi­cionó de forma considerable la economía peninsular y eu­ropea. De repente, grandes remesas de plata invadieron los mercados hispanos y, a través de la política imperial de los Austrias, se trasvasaron a Europa. El efecto fue una infla­ción constante, hasta entonces desconocida en el mundo europeo, que ha llevado a hablar de la revolución de los precios. Por otro lado, como la plata fue usada en su mayor parte para costear las guerras europeas, no produjo un efecto beneficioso en la economía castellana, porque apenas se invirtió en mejoras productivas. Por eso, cuando el flujo de la plata fue cesando, en el siglo XVII, la economía de Castilla no pudo sortear la crisis económica.

La sociedad castellana adoptó, ante América, una men­talidad típicamente colonial. Desde el principio se con­templó el nuevo continente como un territorio subordina­do, que había que explotar y en el que se podían vender las mercancías llevadas desde Castilla. Esa visión se mantuvo durante toda la época colonial, hasta el punto de que la vi­sión de los indígenas como una población subordinada se extendió después a la propia sociedad criolla, de cuyas as­piraciones los peninsulares no quisieron saber nada hasta que fue demasiado tarde, en el siglo XIX, en pleno proceso de independencia.

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