viernes, 27 de abril de 2018

Bloque 12.2. Describe las actuaciones impulsadas por el Presidente del Gobierno Adolfo Suárez para la reforma política del régimen franquista...




En la primavera de 1976, el rey Juan Carlos I estaba seriamente comprometido con el cambio político hacia un sistema democrático. Esto implicaba prescindir del franquista Arias Navarro como presidente del Gobierno. El 1 de julio el presidente Arias presentó su dimisión y el rey, aconsejado por Torcuato Fernández Miranda, nombró presidente del gobierno a Adolfo Suárez González.


El nombramiento de Adolfo Suárez fue recibido con sorpresa y desconfianza por la prensa y por la oposición. Los inmovilistas veían en él a un hombre de poco prestigio, mientras en la oposición democrática, nadie creía que un falangista pudiera conducir la reforma política. Suárez se encontró con la negativa de los llamados aperturistas a entrar en su gobierno, lo que le obligó a nombrar a políticos jóvenes y casi desconocidos, entre los que estaban, Martín Villa, Landelino Lavilla, Marcelino Oreja, Fernando Abril Martorell y Leopoldo Calvo-Sotelo. El nuevo Gobierno, con el apoyo del Rey y convencido de que las reformas eran inaplazables, comenzó su tarea reformista, provocando la irritación del «bunker» franquista.
En Julio de 1976 las Cortes aprobaban la reforma del Código Penal que permitiría la legalización de los partidos, salvo aquéllos que «sometidos a una disciplina internacional, se propongan implantar un sistema totalitario», redacción impuesta en las Cortes para excluir a los comunistas. Poco después, y por primera vez, el Gobierno hacía pública una declaración programática, en la que hablaba de soberanía popular, de régimen democrático, de respeto a las libertades y de elecciones.
El 31 de julio de 1976, el gobierno aprobaba una amnistía que permitía la liberación de muchos presos políticos, aunque excluía expresamente a los condenados por delitos de terrorismo, lo que dejaba en las prisiones a la mayoría de los presos vascos. El día 11 de septiembre se permitió celebrar la Diada o Día Nacional de Cataluña. Medio millón de personas salió a la calle para reivindicar el restablecimiento de la Generalitat.
Pero la pieza clave de la transición fue la Ley para la Reforma Política, cuyo proyecto fue presentado a los españoles, a través de la televisión, por el presidente Suárez, en septiembre de 1976. El proyecto planteaba el cambio hacia un sistema parlamentario y constituyente, que se haría a partir de las instituciones franquistas (“A la ley desde la ley”). Afirmaba la democracia y el principio de soberanía popular, planteaba un poder legislativo en unas Cortes bicamerales, que serían elegidas por sufragio universal —salvo 40 senadores de designación regia—, y regulaba la vía para que ambas cámaras (Congreso y Senado) asumieran en el futuro una reforma constitucional. También fijaba algunos aspectos de la futura ley electoral.
Para llevar a cabo este proyecto era necesario controlar las estructuras de poder franquistas, buscando el apoyo del mayor número posible de procuradores de las Cortes franquistas, aislando a los más extremistas, y buscando el apoyo, o cuando menos la neutralidad, de las Fuerzas Armadas, uno de los pilares del franquismo. Para realizar esta última labor, fue designado el teniente general Manuel Gutiérrez Mellado como vicepresidente del gobierno. Su trabajo para adaptar las fuerzas armadas al sistema democrático fue decisivo para el futuro político de la España democrática.
Tras largas y tensas discusiones en el seno de las Cortes franquistas, los procuradores aprobaron la Ley para la Reforma Política en noviembre de 1976, por 425 votos a favor, 59 en contra y 13 abstenciones. Se daba así la paradoja de que unas Cortes franquistas ponían fin al sistema franquista. En diciembre, la Ley de Reforma Política será aprobada por el pueblo español, mediante un referendum, con un 94% de votos favorables. El referéndum supuso un éxito para el Gobierno, frente a la mayoría de la oposición que había pedido la abstención, o directamente el voto en contra. Ante el resultado de la consulta,  la oposición de izquierda y nacionalista dejaron a un lado sus posiciones rupturistas y se  encaminaron a una senda de consenso político. Consenso será la palabra que mejor resuma toda esta etapa de nuestra Historia.
A partir del referéndum tienen lugar los meses más trágicos de la transición política. Las acciones  terroristas tanto de extrema derecha como de ETA y del recién aparecido GRAPO, era constantes, alcanzando su momento más álgido en la semana del 23 al 29 de enero de 1977.
Suárez intensificó las negociaciones con la oposición y se simplificaron los trámites para la legalización de partidos políticos, aunque se denegó la del PCE, debido a la oposición del ejército. Sin embargo, los contactos con Santiago Carrillo continuaron en secreto, y el día 9 de abril de 1977, sábado santo, se hizo pública la legalización del Partido Comunista de España. Pese a todas las precauciones, el impacto fue enorme, especialmente entre los militares, que acataron la decisión «por disciplina y patriotismo», pero dejando entrever la crispación que les producía. Pocos días después, el PCE celebró un pleno del Comité Central, al término del cual anunció a la prensa su renuncia a plantear la República, aceptando pues la monarquía como forma de Estado y la bandera roja y amarilla como la oficial.  Fue este, un gesto pactado con el gobierno para intentar calmar los ánimos y mejorar la imagen del partido ante los sectores más conservadores. El Gobierno decretó la disolución del Movimiento Nacional y días después, el 28 de abril, se legalizaban las centrales sindicales y las organizaciones patronales, mientras, se aceleraba el regreso de los exiliados, y se ampliaba la amnistía, que abarcaba a presos de ETA, aunque no sirvió para que esta organización terrorista cesase en sus acciones violentas.
Finalmente se convocarán, el 15 de junio de 1977, las primeras elecciones libres y democráticas, desde la II República. En octubre de 1977, las nuevas cortes democráticas aprobarían una nueva Ley de Amnistía, que incluía a los presos de ETA y GRAPO.  Además, se renunciaba a la exigencia de responsabilidades penales por los delitos contra la libertad y los derechos de las personas, que hubiesen sido cometidos con anterioridad. Era el inicio de lo que los comunistas Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo denominaron “reconciliación nacional”.

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