Cuando
en noviembre de 1975 fue proclamado Rey de España Juan Carlos I, pocos
confiaban en que su reinado pudiera traer un cambio democrático pacífico al
país. Ni la mayoría de los franquistas ni la oposición creían que esas fueran
las intenciones del nuevo monarca. Sin embargo, en un periodo de tiempo
relativamente corto se produjo el cambio desde la legalidad de la dictadura a
un régimen democrático homologable a los de la Europa occidental, en un proceso
que se ha denominado la transición
política, basado en el consenso. Ante la nueva situación, franquistas, monárquicos, socialistas, comunistas y nacionalistas tenían planteamientos políticos totalmente enfrentados.
Dentro del franquismo se decantaron dos posturas: una ultraderecha
opuesta a cualquier cambio, llamados inmovilistas,
como Girón de Velasco o Blas Piñar. Se les conoció como el búnker, y sus apoyos principales estaban en el ejército. Por
otro lado, estaban los aperturistas, partidarios
de reformas más o menos profundas, pero dentro de una democracia limitada y
controlada. En este grupo estarían políticos como Fraga Iribarne, Jose María Areilza,
Suárez o Martín Villa. Dentro de este segundo grupo había políticos,
convencidos de que el franquismo sin Franco no era viable, y que consideraban
que el avance hacia una democracia siguiendo el modelo de Europa, era absolutamente
imprescindible para la integración de España en las instituciones europeas.
La oposición democrática en el interior y en el exilio aparecía
muy dividida ideológicamente:
Por
un lado, la derecha democrática
contaba con dos grupos definidos, encabezados por personalidades históricas
como los demócrata-cristianos Joaquín
Ruiz-Giménez y José María Gil Robles (hijo) o los monárquicos juanistas (defensores de los derechos dinásticos de Don Juan de Borbón), como Rafael Calvo Serer.
Por
otro, la oposición de izquierda, dividida
en varias fuerzas políticas, aunque se pueden destacar
dos importantes:
•
El PSOE, liderado por Felipe González Márquez, elegido Secretario General en
1974, en el Congreso de Suresnes (Francia). En 1975, su influencia aún era muy escasa en la calle o en la
Universidad, y sólo en regiones como Asturias o el País Vasco tenía cierta
fuerza gracias a la UGT.
•
El PCE fue el gran
protagonista en la lucha contra la dictadura, desde el interior. Su fuerte
disciplina interna le había convertido en la fuerza más importante en la oposición
interna, sobre todo en el movimiento vecinal, en ciertos colectivos
profesionales y en el movimiento obrero, a través de su influencia en CCOO.
Dirigido por Santiago Carrillo desde
su exilio de París, adoptó una posición favorable al juego democrático, y su
capacidad de movilización le convirtió en partido clave.
En el ámbito sindical la fuerza predominante era Comisiones Obreras (CCOO), cuya táctica
de infiltración en las estructuras del sindicato vertical franquista, les había
permitido ir conquistando éxitos en las huelgas y liderar la lucha obrera a
finales de 1975. También la UGT
comenzaba a recuperar parte de su perdida influencia. Otros sindicatos, como la
Unión Sindical Obrera (USO) o la
histórica CNT anarquista, tenían una
fuerza mucho menor.
En
lo relativo a las fuerzas nacionalistas,
destacaban sobre todo las catalanas y vascas:
•
En Cataluña, desde 1971
existía la Asamblea de Catalunya
que reunía a partidos, sindicatos, asociaciones vecinales y todo tipo de grupos
de oposición. En enero de 1975 se organizó el Consell de Forçes Politiques de Catalunya que reivindicaba, por encima de todo, el restablecimiento de la autonomía.
• En el País Vasco, existía un claro enfrentamiento entre nacionalistas y los partidos españolistas, debido, sobre todo, a
la actividad terrorista de E.T.A. cuyas acciones apoyaba una parte importante de la
población vasca, y que no condenaba el Partido Nacionalista Vasco (PNV), aunque rechazaba la
violencia como táctica de lucha.
La
acción opositora adquirió una gran fuerza debido a la creación, en julio de 1974, de la Junta Democrática, buscando la unidad de acción frente a la
dictadura, que proponía el PCE. A ella se sumaron partidos como el PSP de
Tierno Calvan, sindicatos como CCOO, personalidades independientes, asociaciones
vecinales y profesionales etc., de manera que, en enero de 1975, había ya más
de 500 juntas en todo el país. Su programa preconizaba la ruptura política, es decir, la imposición mediante la táctica de la movilización de masas, de un gobierno provisional que asumiría la dirección del
proceso de cambio político, oponiéndose a cualquier reforma que partiese del régimen franquista. Ese gobierno provisional, concedería una
amnistía, legalizaría partidos y sindicatos, reconocería algunos derechos
fundamentales, celebraría una consulta popular para decidir la forma de estado
y convocaría elecciones libres constituyentes.
El PSOE se negó a integrarse en la Junta Democrática, porque estaba
liderada por el PCE, algo que no gustaba a los socialistas. Así que promovió la creación de la Plataforma de
Convergencia Democrática, en la cual se integraría a los democristianos de
Joaquín Ruiz Giménez, a los socialdemócratas, a UGT, al PNV y a una facción
izquierdista del carlismo que apoyaba a Carlos Hugo de Borbón. Su planteamiento era claramente reformista, ya que planteó una
estrategia de ruptura pactada con el sector más reformista del
régimen representado por Adolfo Suárez.
En
marzo de 1976, se unifican las dos plataformas, naciendo Coordinación Democrática (denominada popularmente «Platajunta»), y más tarde en octubre, pasa
a llamarse Plataforma de Organismos
Democráticos a la que se sumaron otras entidades opositoras, como la
Asamblea de Catalunya, hasta abarcar prácticamente a toda la oposición
antifranquista.
El
nombramiento de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno, en Julio de1976, tras el periodo autoritario de Arias Navarro, dio paso a un proceso reformista,
en el que directa o indirectamente, terminaron participando todos, mediante la estrategia del “consenso”, que permitirá la instauración
de una monarquía parlamentaria y democrática.
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