Desde
el inicio del régimen de Franco, hasta su final, su evolución política estuvo
muy marcada por el devenir de la política internacional. Desde la II Guerra
mundial, y el no alineamiento, pasando por la Guerra Fría, con la consiguiente
aceptación del régimen por EE.UU. y, poco a poco, por el resto de la comunidad
internacional, hasta el declive, marcado por las presiones internacionales hacia
la dura política represiva de un Franco moribundo, el franquismo vivió mirando
siempre hacia el exterior, en busca de su aceptación internacional. En esa
aceptación, está una de las claves de su larga duración.
a.
Los años cuarenta: de la no beligerancia al
aislamiento
La década de los cuarenta estuvo muy condicionada por
la II Guerra Mundial. En los días finales de la guerra civil se firmó el
Acuerdo de asociación al Eje
Berlín-Roma-Tokio, que vincularía a España a las potencias fascistas al
estallar, en septiembre de 1939, la II Guerra Mundial. En el marco de esta
alianza, los falangistas adquirieron un importante peso en el Gobierno, con
Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco, a la cabeza de la política exterior y de
la construcción ideológica del nuevo régimen. Hasta agosto de 1942, su línea filofascista y totalitaria impregnó los comportamientos,
las declaraciones públicas y la información de la prensa sobre la guerra.
A pesar de la declaración de no beligerancia, realizada
por el gobierno español, las relaciones con las potencias del eje fascista
marcaron este periodo, en el que destacarán dos acontecimientos: el encuentro,
en la frontera de Hendaya, entre Franco y Hitler, en octubre de 1940, y que fue
un fracaso para ambos (a pesar de la propaganda del régimen que afirmaba todo
lo contrario), y la organización, en
1941, de la División Azul, una unidad
de voluntarios que, bajo el mando del general
Muñoz Grandes, fue enviada al frente ruso, en apoyo de las tropas nazis
que habían invadido Rusia, en la llamada “Operación
Barbarroja”.
A partir del verano de 1942, las primeras derrotas
alemanas hicieron necesario adoptar una posición más distante, iniciándose un
progresivo giro hacia los aliados. Serrano Suñer es apartado del
gobierno y se pasa de la no beligerancia a la neutralidad, que se
intensificó durante los dos años siguientes. La estética fascista y la
propaganda se fueron suavizando hasta desaparecer en los meses finales de la
guerra y se llegó a autorizar a los aviones aliados el uso de aeródromos
españoles.
Tras la derrota de las potencias del Eje, en 1945, la
posición de la dictadura se hizo muy difícil, pues la victoria aliada supuso el
posicionamiento de los dirigentes de los países vencedores contra a Franco,
resaltando su apoyo a alemanes e italianos durante la guerra. Aunque el régimen
intentó maquillar su cara con la aprobación del Fuero de los Españoles o sustituyendo en el poder a los sectores
radicales del falangismo, no pudo impedir que los aliados, reunidos en agosto
en Potsdam, se negaran a aceptar la entrada de España en la Organización de las Naciones Unidas
(O.N.U.). A ello se añadirá la retirada de embajadores de Francia, Reino Unido
y EE.UU., y la declaración del Consejo de Seguridad de la O.N.U. del régimen de
Franco como una amenaza potencial a la paz internacional.
A partir de
ahí comenzó un aislamiento internacional
económico y diplomático, siendo únicamente, la Argentina del general Perón,
junto con la Santa Sede (Vaticano), los únicos Estados que mantuvieron a sus
embajadores.
b.
Los años
cincuenta: Guerra
fría y fin del aislamiento
El comienzo de
la década de los 50 es decisivo para el régimen franquista, ya que va a marcar
el fin del aislamiento
internacional. En el contexto de la guerra fría, que provocará la división del
mundo en dos bloques, las potencias aliadas (bloque capitalista) preferían
incorporar a España a su red estratégica, pasando por alto el régimen
dictatorial. La imagen de anticomunista visceral del Caudillo se vendió por
Europa, lo que favoreció el cambio de postura de las potencias occidentales
hacia el fin del bloqueo. Lentamente, la presión diplomática sobre España se
fue difuminando y en noviembre de 1950, cuando ya se habían iniciado
negociaciones con EE.UU. y con el Vaticano, la O.N.U. levantó la retirada de
embajadores y autorizó la entrada de España en organismos internacionales.
El 26 de septiembre de 1953 se firmaba el
Tratado
hispano-estadounidense, compuesto de tres acuerdos: uno económico, otro
de asistencia técnica y otro defensivo. Este último era el esencial, pues
significaba el establecimiento durante diez años, prorrogables por otros dos
períodos de cinco, de bases militares (Torrejón de Ardoz, Zaragoza, Morón y Rota)
de utilización conjunta por ambos
ejércitos, bajo teórica soberanía española, aunque en la práctica, estuvieron
siempre en manos fundamentalmente estadounidenses.
Ese
mismo año, también se había firmado un nuevo Concordato entre El Vaticano y el Estado español, lo que significaba
un nuevo elemento de reconocimiento internacional y, sobre todo, de
reafirmación de la alianza entre la Iglesia y el régimen de Franco. El acuerdo
confirmaba el derecho real de presentación de obispos por el dictador, la
financiación estatal a la Iglesia española y el privilegio de establecer el
Tribunal de la Rota en nuestro país; y ratificaba los privilegios e inmunidades
ya pactados con anterioridad para los religiosos (exención tributaria o el
derecho de rehacer el patrimonio eclesiástico); se establecía la plena validez
civil del matrimonio católico y se daban amplias concesiones educativas de la
Iglesia, lo que le facilitará de nuevo el monopolio en la enseñanza no
universitaria.
En
la línea de la política de descolonización iniciada tras la guerra mundial, España
reconocía, en 1956, la independencia de Marruecos
e iniciaba el proceso de descolonización del Protectorado.
En 1957, ante la presión de los
falangistas por aumentar su control sobre el régimen, Franco procedió a un
cambio de gobierno, alejándoles de las esferas del poder, dando entrada a los
tecnócratas procedentes del Opus Dei,
que iban a dar un giro radical a la política del país. Uno de ellos, Laureano
López Rodó, experto en Derecho Administrativo, será el responsable de las leyes
que darán base jurídica al Estado.
c.
La
década de los sesenta:
apertura y represión
A pesar de la
apertura al exterior y de los importantes cambios económicos Franco no cambió
su línea de férreo control político y restricción total de las libertades. La
aprobación de la Ley de Principios del
Movimiento Nacional de 1958, significaba
una afirmación de los valores del régimen y el rechazo absoluto a toda
actividad sindical o política libre. Además, la entrada en el Fondo Monetario Internacional (F.M.I.) y
en el Banco Mundial, unidas a la
visita del presidente Eisenhower a España, a finales de 1959, sirvieron para
generar euforia y reforzar la imagen de Franco.
Ya en los sesenta, se producen ciertos intentos de
demostrar un talante aperturista, quizás
con la única intención de mejorar su imagen en el exterior. La entrada en el
gobierno de ministros jóvenes, como Manuel Fraga, Laureano López Rodó o
Gregorio López Bravo, llevó a la aprobación de leyes importantes como la Ley de Bases de la Seguridad Social, el Programa de construcción de centros
escolares y, sobre todo, en 1966, la Ley
de Prensa de Fraga Iribarne. Esta última, vendida como el levantamiento de
la censura previa en la prensa diaria, en la práctica continuó manteniéndola
bajo vigilancia, con la amenaza permanente del “secuestro”. Eso sí, libros,
teatros y cines experimentaron un clima de mayor libertad, aunque también bajo
el ojo del censor, propiciado también por los cambios en la sociedad española.
En estos años culmina el proceso de
institucionalización del régimen, con la aprobación de la Ley Orgánica del Estado, y el nombramiento, en 1969, del príncipe
Juan Carlos como sucesor de Franco «a título de Rey», con lo que la continuidad
del régimen parecía asegurada. El gobierno también afrontó desde un programa
diplomático que buscaba el reconocimiento internacional, con la firma del
acuerdo preferencial con el Mercado Común
Europeo, el establecimiento de relaciones con algunos países del Este, o la
renovación de los acuerdos con EE.UU. En
política interior se aprueba la Ley
General de Educación de 1970, promovida por el ministro Villar Palasí, que
reformó profundamente el sistema educativo acercándolo a los modelos europeos.
La década termina, en medio de la creciente agitación,
sobre todo en el País Vasco, con el llamado proceso
de Burgos, en diciembre de 1970, contra 16 miembros de ETA, 9 de los cuales
fueron condenados a muerte. Las protestas en las calles, el secuestro por
E.T.A. del cónsul alemán en Bilbao (con la amenaza de matarle si se cumplían
las condenas), y la presión internacional hicieron, finalmente, claudicar a
Franco, que, creyendo en la fortaleza del régimen, conmutó las penas por las de
cadena perpetua.
d. El inicio de los setenta: el fin del régimen
El inicio de la década supondrá también el inicio del ocaso del régimen, marcado por la organización de la oposición democrática, el protagonismo sindical, especialmente de comisiones Obreras, con un aumento considerable de las huelgas, y la radicalización del movimiento de protesta estudiantil, que llevará incluso, al cierre de la Universidad de Valladolid. A estos movimientos opositores se unirá una parte de la iglesia, especialmente los llamados “curas obreros”, representada sobre todo por la personalidad del Cardenal Enrique Tarancón, que se convertirá en la bestia negra del régimen. A pesar de todo, Franco mantendrá firme su voluntad represora de las libertades y derechos de los españoles, especialmente a raíz del asesinato de su hombre de confianza, el presidente del gobierno Carrero Blanco. En el otoño de 1975 firmaba las últimas sentencias de muerte, que tendrán cumplimiento en septiembre de 1976, desoyendo las llamadas a la clemencia de la comunidad internacional y del propio Papa Pablo VI.
El inicio de la década supondrá también el inicio del ocaso del régimen, marcado por la organización de la oposición democrática, el protagonismo sindical, especialmente de comisiones Obreras, con un aumento considerable de las huelgas, y la radicalización del movimiento de protesta estudiantil, que llevará incluso, al cierre de la Universidad de Valladolid. A estos movimientos opositores se unirá una parte de la iglesia, especialmente los llamados “curas obreros”, representada sobre todo por la personalidad del Cardenal Enrique Tarancón, que se convertirá en la bestia negra del régimen. A pesar de todo, Franco mantendrá firme su voluntad represora de las libertades y derechos de los españoles, especialmente a raíz del asesinato de su hombre de confianza, el presidente del gobierno Carrero Blanco. En el otoño de 1975 firmaba las últimas sentencias de muerte, que tendrán cumplimiento en septiembre de 1976, desoyendo las llamadas a la clemencia de la comunidad internacional y del propio Papa Pablo VI.
Los últimos meses de su gobierno, y de su vida, estuvieron
marcados por su enfermedad, por el enfrentamiento entre las distintas familias
del régimen y por el enfrentamiento con Marruecos, que supondrá la entrega, en
contra del pronunciamiento del Consejo de Seguridad de la ONU, del Sahara
español a Marruecos. Su muerte, el 20 de Noviembre de 1975, supondrá el fin de
su régimen.
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