La victoria de la coalición de derechas
en las elecciones de 1933 vino a radicalizar aún más la situación de
enfrentamiento político y social que se vivía en España. Por un lado, un
gobierno profundamente conservador dispuesto a deshacer las reformas del bienio
anterior, por otro una izquierda cada vez más radicalizada, especialmente el PSOE,
que negaba legitimidad a la CEDA para gobernar.
En principio fue el Partido Radical de
Lerroux el que formó gobierno, con el apoyo de la CEDA y de los demás grupos de
derecha, pero era cuestión de tiempo que Gil Robles exigiese formar parte del
mismo. La política del gobierno de frenar, e incluso revertir, las reformas
promovidas durante el bienio anterior, provocó una radicalización política y
sindical, que agudizó el clima de enfrentamiento, especialmente visible en las
Cortes, y, como en el periodo anterior, en el campo. A esto se unirá el
conflicto universitario entre la FUE (Federación Universitaria Escolar), de carácter
progresista, y el SEU, sindicato falangista de clara orientación fascista.
Cuando en octubre de 1934 se produjo la
entrada de tres miembros de la CEDA en el gobierno, el PSOE convocó una huelga
general revolucionaria para el 5 de octubre, con escasa repercusión en toda España,
excepto en Cataluña, donde llegó a proclamarse el Estado Catalán durante unas
horas, y en Asturias, donde se materializó un auténtico proceso revolucionario.
Entre los días 5 y 12 de octubre Asturias
protagonizó un proceso revolucionario, que se convirtió en una auténtica
guerra. Los insurrectos tomaron la fábrica de armas de Trubia y controlaron
ciudades como Oviedo, Gijón y toda la cuenca minera, donde los mineros, armados
básicamente con dinamita, hicieron frente al ejército. Se instauró el gobierno
de los Consejos Obreros y se procedió a la colectivización de industrias y comercios,
en un proceso no exento de violencia hacia sus propietarios, y hacia el clero.
Llegó incluso a abolirse la moneda.
El gobierno central decidió enviar al ejército
de Marruecos, en una operación dirigida por el general Franco desde Madrid, que
en pocos días se hizo con el control del territorio. La insurrección fue
derrotada y la represión fue terrible, con casi 30.000 prisioneros, ejecuciones
sin juicio y condenas a muerte sin garantías judiciales.
Las consecuencias de este suceso fueron terribles
para la República, ahogada ya por una fuerte polarización política: por un lado,
la radicalización del gobierno de derechas y el nacimiento de un nuevo partido
de corte fascista, Bloque Nacional de Calvo Sotelo, por otro, la radicalización
de la izquierda, que considerará como un objetivo fundamental la liberación de
los presos y la consecución de reformas sociales y políticas profundas. En línea
con lo que pasó en Francia, la izquierda obrera y los republicanos de
izquierdas formarán el Frente Popular, con el fin de hacer frente a la derecha
en las elecciones de febrero de 1936.
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