La guerra civil
española fue uno de los conflictos del siglo XX que más repercusión internacional provocó. En el conflicto español
se entrecruzaron a la vez los intereses estratégicos de las potencias y
el compromiso ideológico de las grandes corrientes políticas del
momento.
Las potencias fascistas decidieron desde un primer
momento ofrecer una ayuda importante
a los rebeldes dirigidos por Franco.
Mussolini y Hitler buscaban conseguir, por
un lado, beneficios estratégicos,
puesto que Italia continuaría su política de expansión mediterránea y Alemania
podía obtener un aliado que amenazara la retaguardia francesa, y por otro, ayudaban a un aliado ideológico en su
lucha contra los sistemas democráticos y las ideologías obreras. Portugal (bajo la dictadura del
General Spínola) se unió desde un principio a esta ayuda a
Franco.
La URSS, por su parte, tuvo muy claro desde un principio
su compromiso de ayuda a la República.
No sólo se enfrentaba a la expansión del fascismo, sino que alejaba el centro
del conflicto entre las potencias al otro confín de Europa, alejando el interés
de Hitler de sus fronteras. Además, con su apoyo buscaba llevar a cabo
la “internacionalización” de la revolución proletaria y la expansión del
comunismo.
Las grandes democracias occidentales (Francia e Inglaterra y EE.UU.) tuvieron una actitud
que podemos catalogar como uno de los
grandes engaños diplomáticos del siglo. Gran Bretaña estaba decidida desde un principio a mantenerse neutral. El gobierno conservador
británico veía con aprensión la extensión de la influencia germano-italiana a
la península y la consecuente puesta en peligro de su base de Gibraltar y su
ruta imperial a la India; sin embargo, la orientación revolucionaria que se
produjo en la zona republicana, alejó definitivamente la posibilidad de una
ayuda a la República. El gobierno francés, pese a estar conformado por
el izquierdista Frente Popular, siguió
la política marcada desde Londres.
La actitud de las democracias ante la guerra española se enmarca
en su búsqueda de una política de conciliación con Hitler. El Reino Unido, y
con él Francia, habían optado hacía tiempo por tratar de evitar cualquier
enfrentamiento que pudiera llevar a una guerra general. El mayor ejemplo de
esta actitud fue la política de apaciguamiento ante las potencias fascistas,
que alcanzó su cenit con la firma del Pacto
de Múnich en septiembre de 1938. Se puede afirmar que, desde ese momento,
las esperanzas de la República desaparecieron. Otro buen ejemplo de esta
actitud fue la política del gobierno norteamericano. Mientras el Congreso de
Estados Unidos aprobaba la denominada Ley
de Neutralidad, el gobierno de Roosevelt miraba para otro lado cuando las
compañías petrolíferas norteamericanas vendían combustible a Franco.
El gobierno francés de Léon
Blum, con el apoyo británico, ofreció a las demás potencias un pacto de no intervención en el conflicto
español: se trataba de no facilitar ni hombres ni material de guerra a
ninguno de los bandos en conflicto. Nació así el denominado “Comité de No
Intervención” al cual se adhirieron todas las potencias. El Comité fue una farsa, mientras Francia y Gran Bretaña
se abstenían de ayudar al régimen democrático en España, Hitler y Mussolini apoyaron de forma masiva y decisiva la causa de Franco.
La única potencia a la que pudo volver sus ojos el gobierno de Madrid fue la URSS,
algo que, inevitablemente, influyó en la evolución interna de los acontecimientos
en la zona republicana (la preeminencia del PCE frente a las demás fuerzas de
isquierdas).
La desigual ayuda exterior
recibida por ambos bandos fue uno de los factores que explican la victoria de
los nacionales:
El bando nacional recibió desde
un primer momento una importante ayuda
de Hitler y Mussolini. Tras recibir apoyo aéreo para pasar el Ejército de África a la península,
Mussolini envió setenta mil soldados
italianos, munición y material de guerra. Hitler, por su parte, envió la Legión
Cóndor, lo que incrementó de manera decisiva la superioridad
aérea de Franco. La colaboración de Portugal, aunque no fue decisiva en
el terreno militar, permitió el libre paso de armas para el ejército de Franco
por su territorio.
La única ayuda que recibió el bando
republicano de las democracias fueron las escasas armas enviadas desde
Francia en los primeros momentos del conflicto. La ayuda francesa quedó
inmediatamente cortada tras la firma del Pacto de No Intervención, aunque se
siguieron enviando armas de forma clandestina. La ayuda soviética fue
fundamental para ayudar en la defensa de Madrid.
El apoyo más significativo que recibió
la República, lo constituyeron las Brigadas Internacionales, constituidas
por grupos de jóvenes voluntarios, no todos comunistas pero reclutados por la
Internacional Comunista en muchos países del mundo. Fueron unos cuarenta mil y
tuvieron un papel importante en la defensa de Madrid y en las batallas del
Jarama y Teruel. Las presiones del Comité de No Intervención y el desinterés de
Stalin, que pensaba ya en buscar
algún tipo de acuerdo con Hitler,
hicieron que Negrín aceptase su salida de España a fines de 1938. Mientras, el
Comité de No Intervención fracasó en su intento de que las tropas italianas que
apoyaban a Franco abandonaran España.
Por último, sería necesario hacer mención
a la sociedad de Naciones, en aquellos momentos estaba en profunda crisis, y su
inoperancia en este caso va a ser flagrante. Ni logró impedir la intervención
directa de Alemania e Italia en la guerra, ni fue capaz de imponer el
cumplimiento de la resolución aprobada. Su incapacidad en este conflicto fue el
anticipo de su incapacidad para evitar la II Guerra Mundial, de la que la
Guerra civil española fue antesala.
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