Regionalismo
y nacionalismo surgieron durante el último cuarto del siglo XIX, como nueva
oposición al sistema centralista de la Restauración. El regionalismo
pretendía un cierto nivel de autogobierno en una región determinada,
estableciendo como límite lo que afectase a la soberanía de España como Estado.
El nacionalismo intentaba desbordar ese límite, aunque no significaba
necesariamente la reivindicación de la independencia. Hasta la Restauración las
reivindicaciones foralistas o regionalistas se habían canalizado a través del
republicanismo federal (progresista) y del carlismo (conservador). Una vez que
ambas corrientes quedaron debilitadas, surgieron movimientos reivindicativos de
los llamados “derechos históricos” de
catalanes y vascos, y en menor medida, de gallegos y valencianos.
Entre
los factores que propiciaron el nacionalismo se pueden citar:
· Los
movimientos culturales, como el romanticismo, que rescataban la riqueza
de las lenguas vernáculas y de las costumbres autóctonas, reivindicaban su
memoria colectiva de un modo bastante idealizado, y criticaban el centralismo
del Estado liberal.
· Las
diferencias económicas, provocadas por la distinta incidencia de la
industrialización entre las regiones, afectando a su relación con el resto del
territorio. La burguesía de las regiones periféricas, más industrializadas
reivindicó el proteccionismo como vía para defender sus intereses, frente a la
filosofía librecambista del Gobierno de Madrid.
El
desarrollo de los nacionalismos en España coincidió así mismo con el auge del
nacionalismo en Europa.
El
desarrollo del movimiento nacionalista de fin de siglo se centra en dos
zonas de España:
En Cataluña,
la primera conciencia regionalista-nacionalista se expresó a mediados de siglo,
con el movimiento cultural de la Renaixença,
buscando revitalizar la lengua y cultura catalanas, y en el que destacaron
Jacinto Verdaguer y Ángel Guimerá. Tras la experiencia federalista de Pi y
Margall, durante la I República, los grupos nacionalistas se aglutinaron en torno al republicano
y federalista Valentí Almirall, fundador del Centre Catalá en 1882, y promotor
del "Memorial de Greuges" (memorial de agravios) presentado al Rey en 1885, y que reivindicaba
el proteccionismo para la industria catalana y la recuperación del derecho
catalán frente al derecho centralizador español.
En 1891 surgió la Unió
Catalanista, cuyo programa, las «Bases
de Manresa» (1892), fijaba una serie de reivindicaciones políticas y
culturales para Cataluña: autogobierno, derecho civil catalán y uso de la
lengua propia, así como la defensa de los intereses económicos de la burguesía
catalana. No se planteaba la independencia, y eran un movimiento de carácter
conservador.
En 1901 se funda la Lliga Regionalista de Cataluña, por
Prat de la Riba y Francesc Cambó. Este parido representaba una opción
conservadora y moderada, representando los intereses de las clases medias, que
condenaban el centralismo, pero no buscaban alterar el modelo social existente.
Este partido tendrá un importante peso político en los primeros años de siglo
XX.
En el País Vasco, las aspiraciones foralistas
y culturales cristalizaron, algo más tardíamente, en el nacionalismo de Sabino
Arana, fundador en 1895 del Partido Nacionalista Vasco. Las bases ideológicas pasaban por
la reivindicación de la tradición, el foralismo carlista y el integrismo
católico, así como los valores de la sociedad tradicional vasca (“Dios y Leyes viejas”). Las ideas de
Arana se fundamentaban en la defensa a ultranza de la integridad cultural y étnica
del pueblo vasco, y en una feroz crítica a la industrialización como
responsable de la pérdida de las tradiciones vascas. Su radicalización adquirió
tintes racistas, como defensor de la raza vasca frente a los maquetos, considerados culpables de la
degeneración de la raza vasca por el mestizaje (antiespañolismo), así como la
reivindicación de la independencia. Desaparecido Arana, el PNV poco a poco fue
arraigando como una opción nacionalista católica y conservadora entre las
clases medias, puesto que la clase empresarial y financiera estaba muy cómoda
con la política de Madrid.
El
movimiento regionalista fue más débil y tardío, desarrollándose en
Galicia, Valencia y Andalucía. El regionalismo gallego tuvo un
importante componente cultural con “O
Rexurdimiento” de Rosalía de Castro, surgido como reacción al atraso y
marginación de Galicia y en reivindicación de la lengua gallega. Estuvo apoyado
por los propietarios agrarios y por la clase media comerciante, y en su seno,
se mezclaron tendencias tradicionalistas como la representada por Alfredo
Brañas, con otras de carácter liberal y democrático, encabezadas por Manuel Martínez
Murguía (esposo de Rosalía de Castro), que defendía el carácter nacional de Galicia.
Las divisiones internas y el escaso apoyo social debilitaron este movimiento.
El regionalismo valenciano parte también de un renacimiento
cultural Renaixença, y se caracterizó
por el rechazo del centralismo del Estado y del nacionalismo catalán. El regionalismo
andaluz tuvo su punto de partida en el movimiento cantonal de 1873,
destacando en su formación Blas Infante.
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