En
1864 se creó en Londres la primera Asociación
Internacional de Trabajadores (AIT),
impulsada por obreros franceses y británicos. Esta asociación pretendía
conseguir la emancipación económica y social de la clase obrera y terminar con
la división en clases de la sociedad liberal, a través de la abolición de la
propiedad privada y la imposición de la propiedad colectiva de los medios de
producción, llegando así a una sociedad igualitaria. En 1871 se produjo en el seno de la AIT un enfrentamiento entre
las tendencias representadas por Karl Marx y Mijaíl Bakunin, que tuvo su origen
en las diferencias sobre los procedimientos para conseguir los objetivos que se
planteaba la asociación: Marx defendía
que la clase obrera tenía que organizarse en un partido propio para conquistar
el poder del Estado e implantar una dictadura del proletariado, como medio para
construir una sociedad sin clases sociales. Por su parte, Bakunin rechazaba cualquier participación política del
proletariado, y proponía la destrucción directa del Estado, de toda propiedad y
de cualquier forma de autoridad, ya fuese religiosa, política o familiar, proponiendo
la organización de la sociedad mediante la federación de comunas libres. Este
enfrentamiento ideológico provocó la escisión de la AIT en dos facciones: la socialista o marxista, y la anarquista o
bakuninista.
En
España, el movimiento obrero también quedó dividido, en 1871, en estas dos corrientes,
a menudo irreconciliables: la
socialista, seguidora de las doctrinas de Marx y predominante en Madrid,
Bilbao, Cantabria y Asturias, y la
anarquista, partidaria de las tesis de Bakunin y mayoritaria en Cataluña,
Valencia, Andalucía y Aragón.
Tras
el fin de la I República, en la que el movimiento obrero tuvo un especial
florecimiento, Serrano prohibió las asociaciones obreras, que tampoco tendrán muchas
posibilidades de actuación durante los primeros años de la Restauración, ya que
el derecho de asociación, reunión y manifestación estaban limitados. A partir
de 1881, con el gobierno de Sagasta, hubo una mayor permisividad y las
asociaciones obreras comenzaron a reorganizarse, hasta su legalización en 1887.
En 1879, Pablo Iglesias fundará el
Partido Socialista Obrero Español (P.S.O.E.),
dentro de la corriente marxista. Concebido
como un partido de masas, perseguía la conquista del poder político por la
clase obrera para abolir la propiedad privada y la sociedad de clases, y en su
programa incluía numerosas reivindicaciones políticas y sociales. No obstante,
durante este periodo no tuvo mayor incidencia en la vida política. En 1888 se
creó en Barcelona el sindicato socialista Unión General de Trabajadores (UGT), con especial arraigo entre los
mineros y los obreros de la siderurgia de Vizcaya y Asturias. Una de sus
principales iniciativas fue la celebración, a partir de 1890, de la fiesta del
1º de Mayo, celebración que servirá de aglutinante del movimiento obrero y de cauce
de expresión de sus reivindicaciones.
Por su parte,
el anarquismo se reorganizó en 1881, con la fundación de la Federación de
Trabajadores de la Región Española (FTRE),
con especial incidencia entre los obreros de la industria textil en Barcelona y
entre los jornaleros andaluces. El movimiento anarquista sufrirá una división,
entre los partidarios de la acción directa, violenta, como la llevada a cabo en
Barcelona entre 1893 y 96 o el asesinato de Cánovas, y quienes defendían la
acción sindical, a través de la huelga general y de reivindicaciones
relacionadas con la jornada laboral y las condiciones de vida del proletariado.
Las acciones violentas de los más radicales perjudicaron a todo el anarquismo,
que sufrirá durante este periodo una brutal represión.
La publicación, en 1891, de la encíclica papal Rerum Novarum, por León XIII supuso el reforzamiento de los Círculos Obreros Católicos, surgidos en
los años 60. En un principio eran más bien casinos populares para apartar a los
obreros de las tabernas que sindicatos reivindicativos, pero a partir de la encíclica,
la iglesia española constituyó en Madrid el Consejo Nacional de las
Corporaciones Católico-Obreras, que agrupaba a los círculos y asociaciones de inspiración
católica, pero sin interés reivindicativo alguno. Se trataba más bien de un sindicalismo apolítico
e interclasista, lo que impidió su aceptación mayoritaria por la clase obrera.
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