El triunfo tardío
del liberalismo en España provocó que también fuese tardío el proceso de
industrialización. Por otro lado, la reforma agraria llevada a cabo con las
desamortizaciones y decretos aprobados por los gobiernos progresistas, no
alcanzaron los objetivos deseados, en cuanto a ampliación del número de
propietarios y a cambiar la estructura latifundista de la propiedad,
especialmente en la mitad sur peninsular. La falta de una burguesía fuerte,
salvo en Cataluña y Vizcaya, y el escaso interés inversor, junto con la
persistencia de una sociedad mayoritariamente agraria, frenaron de forma
considerable el proceso industrializador durante el siglo XIX.
Los sectores
clave de la Revolución industrial británica, el textil algodonero, productor
de bienes de consumo, y el siderúrgico productor de bienes de equipo, también
se desarrollaron en España, aunque solo en algunas regiones.
El sector textil algodonero, tuvo su
área de expansión en Cataluña, donde
existía, antes del siglo XIX, una importante actividad comercial y una cultura
manufacturera y artesanal basada en la lana. El siglo XIX el algodón sustituye
a la lana como materia prima de esta industria, y el sector despega imparable,
gracias a la fuerte inversión del empresariado catalán en nuevas máquinas, y a
la protección arancelaria que recibe por parte de los gobiernos de Madrid, lo
que le permite acceder al mercado nacional y a los territorios de ultramar como
Cuba y Puerto Rico, sin la competencia de los productos de otros países. La
industria de la lana continuó, pero con una menor producción, y centrada, al
igual que la del algodón, en Sabadell y Tarrasa, perfectamente comunicadas por ferrocarril
con el puerto de Barcelona. A finales de siglo, con la pérdida de cuba, Puerto
Rico y Filipinas, y la liberalización aduanera, el sector se vio afectado, lo
que provocó la protesta de la burguesía catalana (Memorial de Greuges), y fue semilla
del fortalecimiento del nacionalismo catalán.
La industria siderúrgica se estableció en
España junto a las minas de hierro, y lo más cerca posible de las de carbón,
fuente de energía indispensable en los altos hornos. Sin embargo, este sector
necesita fuertes inversiones en medios de producción y un carbón de calidad
(con alto poder calorífico), cosa difícil en la mayor parte de las minas
españolas. Además, se necesita un mercado importante para poder dar salida a
sus productos. Todos estos factores provocaron el desplazamiento histórico de
los altos hornos por distintas zonas de la geografía española.
A mediados del
siglo XIX se crearon fábricas en Málaga (altos hornos en Marbella), muy lejos
de las minas de carbón mineral, lo que provocó su lenta decadencia cuando se
crearon las primeras empresas en Asturias primero y en Vizcaya después. En
Asturias, se desarrollaron en el núcleo Mieres-La Felguera (1850-1870), en
torno a las numerosas minas carbón. En Vizcaya, se produjo el intercambio de
hierro bilbaíno por carbón británico (Gales) de mejor calidad (antracita), lo que,
unido a la fuerte financiación de la banca vizcaína, permitió el desarrollo de
grandes empresas. La familia Ybarra fundó Altos Hornos y Fábricas, S. A., en
1882, y a principios del siglo XX, se formó la sociedad altos Hornos de
Vizcaya. Desde estas fábricas se
desarrolló la moderna producción de acero de gran calidad, al introducir
innovaciones técnicas como el convertido Bessemer. El País Vasco se convirtió
en el pionero de las nuevas formas de industrialización de fin de siglo: concentración
empresarial, capitalismo financiero y gran banca industrial, todo ello, bajo el
paraguas proteccionista del Estado.
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