En comparación con los países europeos occidentales,
España tuvo un ritmo de crecimiento demográfico lento en el siglo XIX: de 10’5
millones en 1797 pasó a 18’6 millones en 1900. La tasa de natalidad española,
al terminar el siglo, era del 34 por mil, de las más altas de Europa, pero era
insuficiente ante la alta mortalidad porque, aunque la mortalidad disminuyó a
lo largo del siglo, al terminar éste era del 29 por mil, la segunda más alta de
Europa. La esperanza media de vida no llegaba a los 35 años.
Las causas que
explicarían esta alta mortalidad serían varias. En primer lugar, en España
pervivieron las crisis de subsistencia propias de la época del Antiguo Régimen.
Estas crisis se debieron a dos causas. Por un lado, había un factor coyuntural.
La meteorología fue muy determinante para que se dieran malas cosechas,
incidiendo sobre una realidad estructural evidente: el atraso técnico de la
agricultura española, que generaba bajos rendimientos. Además, las carencias
del transporte impedían llevar productos de las zonas excedentarias a las
deficitarias.
Otro factor muy importante fue el protagonizado por
las periódicas epidemias de cólera, tifus y fiebre amarilla, así como por la
prevalencia de enfermedades endémicas como la tuberculosis, viruela, sarampión,
escarlatina y difteria. Las epidemias y las enfermedades incidían de forma
brutal sobre una población muy debilitada por evidentes carencias alimenticias
y por una deficiente atención sanitaria. La mortalidad, en todo caso, manifestó
las claras diferencias sociales del siglo. El acceso a la medicina moderna, así
como a viviendas con adelantos modernos y que cumpliesen requisitos de
salubridad, solamente fue posible para las clases alta y media.
En relación con los flujos migratorios, hay que
señalar que en la España decimonónica hubo una desigual distribución geográfica
de la población. Se dieron desplazamientos desde el norte hacia el sur, y hubo
un evidente abandono de la Meseta central, salvo Madrid, hacia la costa
mediterránea. Las razones de estas migraciones estarían en las ventajas
económicas de las zonas costeras, con tierras más fértiles y nacientes
industrias, y en que las comunicaciones eran mejores en las zonas marítimas.
En España, el proceso de urbanización fue limitado. El
movimiento del campo a la ciudad es un fenómeno muy relacionado con la
revolución agrícola y la industrialización. Al no haber en España una clara
modernización agrícola y con una industrialización lenta y tardía, el éxodo
rural no comenzó hasta fines del siglo XIX, siendo más evidente en el siguiente
siglo. La mayor parte de la población siguió viviendo en el campo. Solamente
destacaron Madrid y Barcelona, la primera por su condición de capital política
y la segunda por ser la cuna de la revolución industrial en nuestro país.
En conclusión, en España pervivió el régimen
demográfico antiguo, con la excepción de Cataluña, que inició antes la
transición demográfica, precisamente en relación con su proceso de
industrialización y modernización económica.
Por Eduardo Montagut Contreras. Doctor en Historia
Moderna y Contemporánea.@Montagut5
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