La división del liberalismo, fraguada durante el Trienio liberal, se materializó durante la Regencia de María Cristina con la formación de dos grandes partidos: el partido moderado y el partido progresista, mientras a su izquierda aparecían, más tarde, los demócratas. Estos grupos políticos que actúan durante el periodo isabelino, eran partidos de notables, es decir, pequeñas agrupaciones flexibles (sin disciplina ni organización permanente), formadas por personas con prestigio y fortuna suficiente para sufragar los gastos, y organizados en torno a un grupo parlamentario, a un órgano de prensa y a personajes ilustres.
Los liberales moderados enlazaban políticamente con los llamados doceañistas del Trienio Liberal. Socialmente se apoyaban en los terratenientes, los industriales textiles, los grandes hombres de negocios y los banqueros, y entre sus líderes se encontraban Martínez de la Rosa, el general Narváez y Alejandro Mon. Apoyados por la Corona y por la mayoría del ejército, prácticamente monopolizaron el ejercicio del poder durante el reinado de Isabel II. Se les puede encuadrar dentro de la corriente del liberalismo conocida como Liberalismo doctrinario, con un programa ideológico cuyas bases eran:
1. Reforzar el poder de la Corona, a la que asignaban un papel político fundamental para el funcionamiento del sistema. De ahí que propongan que detente el poder ejecutivo y comparta el poder legislativo con las Cortes (soberanía compartida).
2. Defender el principio de autoridad y orden, proponiendo la limitación de los derechos individuales, pues veían en el exceso de libertad una amenaza a la seguridad de las personas y los bienes. En este sentido, eran fervientes defensores también de restringir la libertad de prensa.
3. A pesar de ser defensores acérrimos del derecho de propiedad privada, practicaron el proteccionismo económico, defendiendo los intereses económicos de su base social, formada principalmente por los grandes empresarios textiles y de la siderurgia.
4. Limitar al máximo el derecho al voto, mediante la defensa del sufragio censitario, endureciendo los requisitos para ser candidato y para votar (sufragio activo y sufragio pasivo), con la intención de reducir el cuerpo electoral y reservar la participación política a una minoría. Defendían también el sufragio restringido en la elección de alcaldes y eran partidarios de una segunda cámara legislativa, el Senado, con una función moderadora.
5. Suprimir la Milicia Nacional, pues temían sus excesos revolucionarios, y la consideraban un peligro para los intereses de la oligarquía.
6. Buscar el entendimiento con sectores procedentes del Antiguo Régimen, incluida la Iglesia.
Los liberales progresistas, surgen de una corriente moderada de los veinteañistas del Trienio Liberal, configurándose como partido a principios de los años 30. Socialmente contaban con el apoyo de grupos heterogéneos, predominando las llamadas clases medias urbanas. Con dirigentes como Espartero, Mendizábal, Madoz, y Prim, ocuparon el poder político en periodos breves (estuvieron en los gobiernos de los años 1835-1844 y en también entre 1854 y 1856), con un proyecto ideológico basado en:
1. Defensa de la soberanía nacional como fuente de legitimidad del poder, limitando, por tanto, las atribuciones ejecutivas y legislativas de la Corona, a la que reservan el papel de moderador del juego político.
2. Tienen como prioridad garantizar las libertades individuales (especialmente la de imprenta), frente al poder del Estado.
3. Extender la participación política a las clases medias, ampliando el sufragio, que seguía siendo censitario, e incluyendo la elección popular de los ayuntamientos, así como del Senado.
4. Mantener la Milicia Nacional como garantía de las libertades y de la defensa de la Constitución
5. Defensa del librecambio como medio para impulsar la libre competencia y el desarrollo del comercio y la industria.
6. Favorecer, en términos generales, la formación de una cultura y sociedad más laicas, otorgando importancia a la educación como elemento de movilidad social de las clases medias.
El Partido Demócrata surgió en 1849, como consecuencia del proceso revolucionario europeo de 1848, defensor del llamado Liberalismo democrático. Tendrá peso entre la pequeña burguesía y los grupos populares urbanos (artesanos, tenderos, profesionales liberales, grados bajos de la Milicia y el ejército, primeros obreros fabriles). En consonancia con el movimiento europeo del que parten, defienden un ideario más radical:
1. Defendían la soberanía nacional plena y el ejercicio de la misma a través del sufragio universal masculino.
2. Plantean una plena división de poderes, con predominancia del legislativo sobre el ejecutivo, sentando las bases de la soberanía popular. Firmes defensores de limitar al máximo los poderes de la Corona, de la que desconfiaban, lo que llevó a algunos hasta el republicanismo y hacia las ideas socialistas. Proponían también el centralismo político, con la abolición de los fueros.
3. Proponen la ampliación de los derechos y libertades individuales y colectivos (asociación y reunión), así como de otros de tipo social como la instrucción primaria gratuita y un sistema fiscal proporcional a las rentas, con la supresión de lo consumos, entre otros.
4. Eran partidarios de restaurar la Milicia Nacional como garantía de defensa de los derechos y del sistema democrático.
5. Defendían la elección democrática de los alcaldes y la autonomía de los Ayuntamientos frente al poder de la corona.
6. Se muestran firmes partidarios de un estado laico, sin ningún tipo de privilegios para la iglesia.
El sistema político isabelino estuvo dominado por los moderados, que lo construyeron a su medida, excluyendo a los demás grupos liberales del poder, por lo que éstos respondieron, bien con el retraimiento del juego político (no participando en elecciones que consideraban amañadas desde el poder), bien con el recurso al pronunciamiento militar y la insurrección popular, para forzar a la reina a confiarles el gobierno. Esto tuvo como consecuencia un sistema inestable, marcado por Constituciones “de partido” y por constantes intentos de pronunciamiento, lo que llevaría, a finales de la década de los 60, al fin de la monarquía borbónica, tras la revolución “gloriosa” de 1868.
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