El conflicto sucesorio planteado a la muerte de Fernando VII por su hermano Carlos María Isidro, dio origen inmediato a una guerra civil. Sin embargo, tras este conflicto dinástico se ocultaba un otro de carácter ideológico mucho más profundo e importante, que tiene que ver con la crisis del Antiguo Régimen, y que dividió al país en dos bandos opuestos:
El isabelino, que agrupaba a burgueses, hombres de negocios, funcionarios, mandos del Ejército, alta nobleza, altas jerarquías eclesiásticas, sectores urbanos, y a los intelectuales liberales, que eligieron la defensa de los derechos dinásticos de la princesa Isabel, como medio para el triunfo de sus ideas.
El carlista, formado por todos aquellos opuestos a la revolución liberal: pequeña nobleza rural, un sector de la oficialidad del ejército, parte del bajo clero y del campesinado (pequeños propietarios o campesinos que asociaban liberalismo con aumento fiscal y con la imposibilidad de acceso a la propiedad). Todos ellos eran defensores del sistema absolutista y ultracatólico del A. Régimen.
Geográficamente, el carlismo tuvo su mayor implantación en Navarra, Vascongadas y parte de la antigua Corona de Aragón, con pequeños núcleos rebeldes en Valencia y las dos Castillas. Simplificando, podría afirmarse que fue un conflicto Norte contra Sur y campo contra ciudad (los carlistas jamás lograron tomar grandes ciudades), apoyado en el pequeño campesinado, clero y pequeña nobleza rurales.
Desde el punto de vista ideológico, el carlismo, cuyos antecedentes deben buscarse en los realistas absolutistas intransigentes que actuaron durante el reinado de Fernando VII, fue un movimiento contrarrevolucionario popular, ya que el ejército de don Carlos estaba integrado casi exclusivamente por voluntarios (los conocidos Voluntarios Realistas). Los caracteres principales del carlismo se resumían en su lema «Dios, Patria, Fueros, Rey» y eran:
1. Defensa del régimen político de la monarquía absoluta con una postura inmovilista y de oposición radical a toda reforma, fuera ilustrada o liberal.
2. Tradicionalismo católico y defensa de los intereses de la Iglesia en su integridad.
3. Defensa del foralismo vasco-navarro, amenazado por el principio de igualdad defendido por los liberales. Los privilegios forales incluían instituciones propias de gobierno y de administración de justicia, exenciones fiscales para muchos impuestos y exenciones de quintas (los vasco-navarros no debían cumplir el servicio militar obligatorio y sólo en tiempo de guerra estaban obligados a tomar las armas para defender exclusivamente sus límites provinciales).
El conflicto carlista dio lugar a tres guerras a lo largo del siglo XIX, conocidas como Guerras Carlistas: 1833-1839; 1846-1849; 1872-1876, y que tendrán consecuencias importantes como el apoyo de la monarquía al liberalismo, el permanente protagonismo político de los militares y, al final, la pérdida de los fueros vascos y navarros.
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