viernes, 23 de marzo de 2018

Bloque 2.2. Describe la evolución política de Al-Ándalus

La presencia de los musulmanes en la Península ibérica se inscribe en el contexto del expansionismo del imperio Omeya, que, tras la muerte del profeta, iniciará la conquista de amplísimos territorios, desde la India por oriente a los Pirineos por occidente. Este proceso expansivo responde, en parte, al concepto de yihad o guerra santa, uno de los principios en que se fundamenta el islam y que plantea la necesidad de extender la nueva religión y defenderla, con el uso de las armas si es necesario. Además de los factores anteriormente expuestos, el factor decisivo para su entrada en la Península será el apoyo a una de las facciones de la nobleza visigoda que luchaban en la guerra civil desatada tras la muerte de Witiza.



Musa, gobernador de la provincia del imperio Omeya del norte de África, aprovechará este conflicto para emprender la conquista de la Península, con la complicidad de parte de la nobleza visigoda, enemiga del nuevo rey, Rodrigo. Tras la victoria sobre Rodrigo en la batalla de Guadalete, la conquista de la mayor parte del territorio peninsular se producirá en escasos dos años (712-714).
La indiferencia de la población hispana ante los invasores, dado el desprecio que sentían por los visigodos, la inicial tolerancia que, hacia las religiones de libro, practicaron los musulmanes y que facilitó el apoyo de la minoría judía, y, especialmente, la rendición pactada o capitulación, con una parte de la nobleza visigoda, explicarían la facilidad y rapidez de la conquista.
Desde el momento en que se completa la conquista hasta la división de Al-Ándalus en Taifas, se suceden diversas etapas que suponen, en un primer momento la implantación de un nuevo Estado, más tarde su consolidación, y su pleno apogeo en el siglo X.
Entre el 711 al 756 la península Ibérica se constituye en waliato del Imperio Islámico, que gobierna desde Damasco la familia Omeya. Al frente de Al-Ándalus se suceden walis (gobernadores) o emires que dependen en lo político y en lo religioso del califa de Damasco.
Es el momento de la ocupación militar, del asentamiento de los invasores en el territorio conquistado y de instauración de las estructuras administrativas del nuevo Estado. La ocupación de tierras da origen a conflictos, ya que la minoría árabe se reserva las mejores tierras (valles fértiles del Guadalquivir y del Ebro), mientras los beréberes se ven obligados a ocupar las tierras menos productivas del interior (la Meseta central y las zonas montañosas del pre-Pirineo). Pronto se producen enfrentamientos entre los diferentes clanes árabes y entre estos y los beréberes, quienes se rebelan en el 740, contra la supremacía árabe.
La instauración del nuevo estado musulmán, Al-Ándalus, se inicia desde el principio de la ocupación. Se ordena el territorio en coras (provincias), al frente de las cuales se colocan gobernadores (walis), Córdoba se convierte en la capital de Al-Ándalus controlando todo el valle del Guadalquivir, mientras Mérida, Toledo y Zaragoza son las capitales de las tres grandes coras fronterizas, la inferior, media y superior.
La distancia con respecto al centro del imperio islámico, convierte a Al-Ándalus en un territorio difícilmente controlable. La desaparición del califato Omeya de Damasco (750), tras la conspiración de la familia abasida (todos los miembros de la familia Omeya fueron asesinados, menos uno de los príncipes, que logró huir), provoca indirectamente la independencia política de Al-Ándalus respecto a la nueva dinastía Abasida con capital en Bagdad.
En el 756, Abd Al-Rahman I, príncipe de la dinastía Omeya, huido tras la matanza, se refugia en el norte de África, llegando hasta Al-Ándalus. Con el apoyo de las tropas sirias se hace con el poder en Córdoba, y se proclama emir independiente del califato de Bagdad.  Aunque rompe los lazos políticos con el imperio abasí, sigue reconociendo la autoridad religiosa del califa de Bagdad.
Durante su reinado debe hacer frente a conflictos como la oposición de los partidarios del nuevo califa de Bagdad, o los numerosos enfrentamientos entre los clanes árabes, además de los permanentes levantamientos bereberes. Con la utilización de fuerzas mercenarias consigue imponerse sobre los distintos grupos étnicos y controlar las fronteras con los nacientes núcleos cristianos del norte.
A Abderramán I se debe la estructuración de un estado unitario, con un poder central fuerte, basado en una monarquía hereditaria, un aparato administrativo eficaz y un importante poder militar de los emires, mediante un ejército profesional las órdenes directas del emir, compuesto por tropas mercenarias (esclavos eslavos), alejadas de las disputas de clanes y etnias. Este ejército servirá para sofocar las revueltas y mantener controlados a los núcleos cristianos del norte.
No obstante, esto no evitará que, en momentos de debilidad del gobierno central de Córdoba, sean frecuentes las revueltas locales y las reivindicaciones separatistas, la mayoría de ellas con carácter urbano, protagonizadas por bereberes descontentos, muladíes (Jornada del Foso), mozárabes (revuelta del arrabal en Córdoba), diferentes facciones de la aristocracia árabe o gobernadores disidentes. Estas revueltas crean un clima de anarquía general y permiten a los reinos cristianos salir de las montañas y llegar hasta el Duero.
En el año 912, Abd al- Rahman III hereda el trono de un emirato sumergido en graves problemas de orden y que sufre el empuje del reino Astur en la frontera del Duero. Durante más de una década se ocupa de resolver los problemas, pacificando Al-Ándalus y frenando los intentos de avance cristiano. Conseguidos estos objetivos, y aprovechando el prestigio que su política le había proporcionado, se proclama califa en el año 929, rompiendo definitivamente los lazos con el califato de Bagdad.
Su gran objetivo será restaurar la unidad del Estado islámico, lo que consigue tras sofocar a los rebeldes y someter a las marcas fronterizas. Por otro lado, consigue frenar el avance cristiano, aunque es derrotado por Ramiro II en la batalla de Simancas (939). Es este el momento de hegemonía sobre toda la península, ya que los reinos cristianos del norte pasan a ser sus vasallos pagando fuertes tributos a cambio de no sufrir saqueos y pillajes en sus tierras.
Con Abd-al-Rahman III la cultura andalusí se impone en el mundo árabe islámico, dando lugar a un renacimiento artístico e intelectual, que continúa su hijo y sucesor Alhakam II. Córdoba se convierte así, en el centro político cultural y espiritual más importante de occidente.
A la muerte de Al-Hakam II, aprovechando la minoría de edad de su hijo Hixam II, el gobierno efectivo de Al-Andalus pasa a manos del hayib Al- Mansur o Almanzor (el victorioso). A partir de ese momento, el poder del califa de Córdoba será sólo simbólico. Almanzor controla la administración y el ejército, se atrae a los ortodoxos religiosos y se convierte en el gran defensor de la tradición. A lo largo de numerosas campañas militares extiende el dominio de Al- Ándalus por el norte de África y reanuda las expediciones de castigo contra los reinos cristianos del norte, llegando hasta Barcelona, Zaragoza y saqueando Santiago de Compostela, cuyas campanas lleva a Córdoba.
Tras la muerte de Almanzor (1002) se inicia una etapa de grave agitación política. En 1009 estalla una revolución en Córdoba que termina con el poder de los sucesores de Almanzor, ya que la nobleza de palacio no está dispuesta a consentir que los hijos del dictador se conviertan en califas. Es el comienzo de una guerra civil entre grupos sociales poderosos, que intentan imponer sus candidatos a califa y hacerse con el poder en Córdoba. En las provincias y ciudades importantes los grupos sociales dominantes, controlan el poder y aspiran a separarse de Córdoba. Los reinos cristianos del norte contribuyen a la disgregación de Al-Ándalus apoyando a algunos de los bandos o saqueando ciudades musulmanas. En 1031 un consejo de notables decreta la abolición del califato, dando paso a la etapa de los reinos de Taifas, que supone la fragmentación territorial de Al-Ándalus y el debilitamiento del poder cordobés, dando paso al resurgir de los reinos cristianos del norte. Los nuevos Estados, serán muy distintos en extensión y en composición étnica, ya que algunos serán de predominio árabe, otros bereber, muladí o eslavo.
Esta etapa, entre 1031 y 1090, se podría sintetizar en una serie de rasgos esenciales: las disputas entre taifas, la concentración de las mismas, al absorber las taifas mayores a las más pequeñas y el pago de parias a los reinos cristianos para garantizar su supervivencia. Sin embargo, será una etapa de florecimiento económico y cultural, dado que buena parte de estos reinos ocupaban territorios ricos y prósperos. Las cortes de algunos monarcas fueron también núcleos de importante desarrollo cultural y artístico (Zaragoza).
Tras la conquista de Toledo en 1085, por parte del monarca castellano Alfonso VI, varios reinos de taifas (Sevilla. Granada y Badajoz) se unieron para luchar y llamaron en su ayuda al imperio almorávide.
Los Almorávides desembarcan en la Península en 1086 y vencieron a Alfonso VI, en la batalla de Sagrajas (Badajoz), y, a partir de 1090, iniciarán un proceso de unificación de todo el territorio de las taifas. En los primeros momentos gozan de popularidad entre la población musulmana, ya que se presentan como restauradores del islam tradicional y ortodoxo, practican la Yihad o guerra santa contra los infieles y prometen una bajada de impuestos. Sin embargo, los fracasos y perdidas territoriales frente a los cristianos (pierden Zaragoza en 1118, y no recuperan Toledo), y las necesidades de la administración, obligan a los gobernantes norteafricanos a aumentar los impuestos, lo que unido a la relajación de sus costumbres y a la corrupción política les hace perder apoyos sociales. Atacados en el norte de África por otro imperio bereber, los Almohades, descuidan el control de la Península, surgiendo las segundas taifas (1144-1172). El Imperio almorávide se desmorona y desaparece.
A partir de 1147, los Almohades serán los protagonistas de un segundo intento de reunificación de las taifas de Al-Ándalus. Habían constituido un nuevo imperio en el norte de África y desde allí, con el objetivo de destruir totalmente el poder almorávide, cruzaron el estrecho tomando Sevilla e iniciando una larga campaña para dominar todas las taifas, que culminarían en torno a 1172.
Logrado su objetivo unificador, derrotaron a Alfonso VIII de Castilla en la batalla de Alarcos (1195), pero no lograron recuperar ninguna ciudad importante (Toledo, Zaragoza) de los dominios cristianos. La coalición de Castilla, Aragón, Navarra y Portugal, con el apoyo del Papa, que predicó la guerra como una cruzada contra el infiel, llevará a Castilla a derrotarlos en la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212.
Esta derrota, unida a otros factores como las luchas internas, la falta de soldados y, sobre todo, el malestar de la población por la corrupción y la presión fiscal, explican la paulatina desaparición del poder Almohade de la Península. Su debilitamiento supuso el resurgimiento de las terceras taifas (1223-1248), pero, ante el avance cristiano, fueron sucumbiendo todas, excepto el reino nazarí de Granada, que sobrevivirá hasta 1492.
En el siglo XIV otro pueblo del norte de África, los Benimerines, intentaron asaltar la península y formar un Estado en torno a Marrakech, pero fueron derrotados por los cristianos cerca de Tarifa, en la primera gran batalla naval del reino de Castilla (batalla de El Salado 1340).

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