La población española
creció en los primeros veinte años del siglo XX a un ritmo ligeramente superior
al de finales del XIX, aun con unas elevadas tasas de mortalidad, consecuencia
de las guerras coloniales en África y de la epidemia de gripe de 1918. En los
quince años posteriores y hasta la Guerra Civil el incremento demográfico se acentuó́
por los progresos en alimentación, sanidad e higiene, paralelos al desarrollo económico
del país y a la potenciación de las obras publicas, en especial las destinadas
a la mejora en las redes de abastecimiento de agua y alcantarillado de las
ciudades. El término de la guerra de Marruecos, tras el desembarco de Alhucemas
de 1926, supuso el freno a la elevada mortandad bélica de los años precedentes,
causante de más de 25.000 víctimas desde 1908.
Durante este
primer tercio del siglo XX la esperanza
de vida de los españoles ascendió rápidamente, de los 30 años en 1900,
hasta los 50 en 1930 pese a la sobremortalidad ligada a la epidemia de gripe de
1918. Gracias precisamente al descenso de la mortalidad el crecimiento de la población
fue asimismo destacado. Tanto la natalidad
como la mortalidad experimentaron un
descenso a largo plazo hasta el inicio de la Guerra Civil. La primera pasó del
33,8‰ en 1900 al 25,7‰ en 1935, mientras la mortalidad lo hacía desde un 28,8‰
(1900) a un 15,6‰ (1935), con la salvedad del ascenso puntual al 33,2‰ en 1918
por la epidemia gripal. Durante la primera década el crecimiento vegetativo estuvo en torno al 9‰, algo menor en la
segunda por los efectos de la sobremortalidad de la gripe de 1918 (7‰) y
llegando al 10‰ en los años veinte.
En las tres
primeras décadas del siglo XX el mapa de España aparece nítidamente dividido
entre Norte y Sur, siendo en este último donde se muestran los índices de crecimiento
más elevados. Dentro de la mitad norte de la península solamente la cornisa cantábrica
mantenía una dinámica de crecimiento, junto con Madrid y Barcelona. Castilla y León,
al igual que otras regiones, se caracterizaba ya por su reducido dinamismo demográfico.
En el Sur, a lo largo de los valles del Guadiana y, sobre todo, del
Guadalquivir, el crecimiento se mantenía todavía elevado, gracias al
mantenimiento de unas altas tasas de natalidad, propias de un mundo rural
anterior a la Revolución Industrial.
La importancia de la industrialización como
factor de atracción de mano de obra se hacía notar tanto en Barcelona como en
Madrid y Vizcaya, beneficiados por el aumento de la producción durante la I
Guerra Mundial. Así, la demanda internacional y la mayor inestabilidad en el
campo, impulsaron el éxodo rural hacia las ciudades y la emigración al exterior.
Las regiones del interior mostraban un crecimiento débil, pues el crecimiento
natural se veía contrarrestado por flujos migratorios dirigidos tanto hacia el
exterior como hacia los centros industriales del País Vasco, Madrid y Barcelona.
Los flujos emigratorios
hacia América iniciados en el último tercio del siglo XIX afectaron
especialmente a Canarias, Galicia y la franja litoral cantábrica. Entre 1901 y
1930 emigraron de España a ultramar más de tres millones de personas y cerca de
novecientas mil lo habían hecho ya en las dos últimas décadas del siglo XIX. A
todo ello se sumó la emigración a Francia, que afectó con mayor virulencia a
ambas Castillas. Unos flujos internacionales que afectaron con mayor intensidad
a los varones, provocando bajos índices de masculinidad y en consecuencia,
reduciendo nupcialidad y natalidad, por lo que el crecimiento natural resultó inferior
al de las zonas con menos emigración.
El resultado de esta evolución fue un aumento de la
densidad de población, que pasó de 37,2 a 47,5 habitantes por kilómetro
cuadrado entre 1900 y 1930. Las diferencias entre el interior y la franja
costera estaban plenamente marcadas y traducen el desigual crecimiento ya comentado.
En la mayor parte de las provincias interiores la densidad era inferior al
promedio nacional durante todo este primer tercio de siglo, destacando por el
mantenimiento de valores mínimos en ambas Castillas y Extremadura. Los
municipios menores de mil habitantes perdieron población desde comienzos de
siglo a favor de las pequeñas capitales, participando también así́ las regiones
eminentemente agrarias en el proceso de urbanización.
En definitiva, es de
destacar el trasvase de población del campo a la ciudad, reflejo del trasvase
de la agricultura a la industria que se acentuará a mediados del siglo XX.
Reelaborado a partir de la publicación de J. M. Delgado Urrecho. Evolución de la población y configuración del modelo de poblamiento en España. Departamento de Geografía de la Universidad de Valladolid
Reelaborado a partir de la publicación de J. M. Delgado Urrecho. Evolución de la población y configuración del modelo de poblamiento en España. Departamento de Geografía de la Universidad de Valladolid
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