La Guerra
de la Independencia
(1808-1814)
Antecedentes
inmediatos
de la guerra.
El origen de la Guerra de la
independencia puede situarse en 1807 cuando España y Francia firman el
Tratado de Fontinebleau, por el que España
dejaba su territorio para el paso de las tropas francesas
que debían ocupar Portugal. La propuesta era la ocupación del país vecino y su
división en tres partes, una de las cuales sería para el propio
Godoy. Producida la ocupación, el reparto
no se produjo y una parte importante de
las tropas francesas se habían situado
estratégicamente en España, acantonándose
en ciudades como Burgos, Salamanca,
S. Sebastián, Pamplona
y Barcelona.
Godoy
comprende las verdaderas intenciones de
Napoleón e intenta llevarse a la familia real a América. En su camino hacia
Sevilla hacen un alto en Aranjuez. Allí, la camarilla que
apoyaba a Fernando provoca, el 17-18 de marzo de 1808, el motín de Aranjuez, revuelta popular contra Godoy que será aprovechada
por Fernando para obligar a abdicar a su
padre y proclamarse rey. Godoy es destituido y Fernando vuelve a Madrid, ocupado
por el general
Murat.
Tras los sucesos de Aranjuez, Napoleón
llama a Fernando para que se reúna con él en el norte de la
península. Fernando acude y es forzado a llegar a
Bayona, donde Napoleón había hecho
llegar también a sus padres, Carlos
y Mª Luisa, y al
propio Godoy. Aquí tendrán lugar, a
finales de abril de 1808,
la negociación que concluirá con las
abdicaciones
de Bayona: Fernando es obligado a abdicar en su
padre y éste abdicará posteriormente en
Napoleón, quien entregará la corona de España a su hermano
José, por entonces rey de Nápoles. A cambio de esta vergonzosa
abdicación,
Carlos IV y Fernando
recibirán suculentas rentas en dinero y en propiedades.
El pueblo de Madrid, que desconocía estos hechos, y ante lo
que consideraban un secuestro de su rey, se
levantó contra las tropas francesas acantonadas en la capital:
era el levantamiento del 2 de mayo.
Murat dio órdenes de disparar produciéndose
numerosas muertes y detenciones,
y más de un centenar de personas
fueron fusiladas en El Pardo aquella noche, en
cumplimiento del bando firmado de su puño y letra.
Ese
mismo día el alcalde de Móstoles hizo público un bando declarando la guerra a
Francia y llamando a la población a sublevarse, ante la
apatía de las autoridades que, o bien
se escondieron o acataron el poder francés. A
mediados de mayo casi todas las ciudades españolas se habían sublevado.
Desarrollo
del conflicto: etapas
Inicialmente
la relación de fuerzas era muy desigual: frente a un ejército francés hasta
entonces invencible y que contaba con algunas de sus mejores unidades entre las
enviadas a la península, el ejército español estaba compuesto por
mercenarios, en clara inferioridad de condiciones. Sin embargo,
las tropas españolas demostraron un alto nivel de moral y una capacidad de
lucha superiores a lo esperado, apoyadas por un mando militar que
demostró gran capacidad táctica. Además,
el estado mayor francés no contaba con
el surgimiento de la guerrilla como forma de lucha, ni con la ayuda prestada por
la intervención inglesa y portuguesa.
Pueden distinguirse
cuatro fases en el proceso
bélico:
Mayo- octubre de 1808. Abarca los meses iniciales de la guerra, cuando
los franceses se dedican a sofocar los levantamientos
urbanos surgidos por todo el
país y a ocupar los principales puertos peninsulares (Barcelona, Cádiz, Lisboa). Pero
este plan queda desbaratado cuando el 19 de julio de
1808 las tropas del general Dupont son
derrotadas en la Batalla de Bailén, primera
gran derrota del ejército napoleónico en campo abierto. Madrid quedó desguarnecida
y José I tuvo salir huir.
Noviembre- diciembre de 1808. Napoleón se verá obligado a venir a España con La
Gran Armée, el
cuerpo más importante de su ejército.
Rápidamente ocupará Burgos, el sur de Navarra, Zaragoza y Cuenca,
siguiendo la marcha hacia
Madrid que, a pesar de la resistencia
de su población,
caerá ante la
aplastante superioridad francesa. Asegurada
la capital, Napoleón intentó controlar todo el territorio, pero debió abandonar
España ante el inicio de la guerra con Austria. Pese a
sus éxitos, no había concluido la ocupación peninsular, el
ejército español no estaba rendido y la resistencia popular estaba intacta.
1809- 18010. La guerra entra en una fase de desgaste
caracterizada por la imposibilidad de dominar el territorio peninsular por
parte francesa y por la hostilidad continua de los españoles bajo una nueva
forma de lucha: la guerrilla. Sus
objetivos son las líneas de comunicación, la retaguardia, los abastecimientos y
los convoyes de armas; sobre el ejército invasor produce un efecto
desmoralizador y obliga a mantener numerosas patrullas de escolta y vigilancia. En 1810
fueron reglamentados por las autoridades españolas como unidades regulares, y
muchas al finalizar la guerra se habían convertido en auténticas divisiones.
Durante
1810 los franceses intentaron asentar su dominio sobre las zonas del norte, a
la vez que iniciaban la campaña de Andalucía, llegando a obligar a las
autoridades españolas rebeldes a trasladarse a Cádiz, que nunca sería ocupada.
811- 1814. A partir de 1811 comienza el declive francés. Primero
abandonan Portugal, mientras el inglés Wellington avanzaba por el sur,
reconquistando Badajoz. Napoleón ordenaba retirar a 50.000 hombres para la
campaña de Rusia y las tropas de Wellington entraban en Salamanca, derrotando
a los franceses en la Batalla de
Arapiles. El camino
hacia Madrid estaba abierto y José I huía hacia Valencia, aunque aún pudo
reorganizar sus tropas y contraatacar, volviendo a Madrid en noviembre.
Tras el
desastre de Rusia, Napoleón se vio obligado a retirar buena parte de sus tropas
para defender Francia. En mayo de 1813 Wellington emprendió la ofensiva
final; días después, José I abandonaba definitivamente Madrid. El 21 de
junio la Batalla de Vitoria
y el 31 de agosto la Batalla de
San Marcial, en Irún, consumaron la derrota francesa. El 11 de
diciembre de 1813, asediado en su propio territorio y buscando la neutralidad española, Napoleón firmaba con Fernando
VII el Tratado de Valençay, por el
que se restituía a éste la Corona.
Consecuencias
de la guerra.
En el
ámbito demográfico la guerra fue una
verdadera catástrofe que dejó tras de sí un país arrasado. Más de 500.000
muertos, numerosos heridos, extensión de epidemias (tifus, cólera, disentería...) y el
hambre, por la escasez de grano, se convierten en una auténtica catástrofe demográfica.
Las
pérdidas materiales y económicas
fueron enormes: ciudades arrasadas por los asedios o con edificios y
monumentos destruidos por los bombardeos y las obras de fortificación; a lo que
habría que añadir el expolio artístico realizado por los invasores. En el campo, los
alistamientos masivos, las requisas de cosechas o su ruina y el abandono de
las tierras de labor, dejaron al país muy debilitado en su principal
fuente de riqueza. La industria también sufrió un
grave deterioro, que llevó al sector textil
catalán a perder no sólo el ritmo de crecimiento de la preguerra, sino también
muchas factorías y, sobre todo, el
mercado colonial, cuyos beneficios cayeron en picado. La guerra
supuso la puntilla para una hacienda, que hubo de hacer frente al elevado coste
de la financiación de la resistencia y a las exacciones del enemigo, mientras
los ingresos caían vertiginosamente,
La amenaza de quiebra se convirtió en un
angustioso problema hasta muy entrado el siglo XIX.
Políticamente, el
conflicto fue la primera guerra nacional contemporánea de España, en la que
el pueblo adquirió conciencia de su especificidad como nación y de su poder
soberano. A la par de la lucha contra el invasor se inició la revolución liberal
en España, con la experiencia constitucional de las Cortes de Cádiz que, aunque
abolida posteriormente por Fernando VII, supuso
un punto de no retorno en la historia española. En
América, con la guerra se imitó el levantamiento peninsular, pero con
un carácter independentista, también sofocado tras el conflicto por las
autoridades de la metrópoli, pero que resurgiría y triunfaría poco después.
Por
último, el fin de la guerra supuso el primer exilio político contemporáneo
español: el de los afrancesados (unas 15.000
familias), que perdieron sus bienes y a los que se sumarían pronto los liberales
huidos de la dura represión desencadenada por Fernando
VII tras su esperado regreso a España.
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