En 1711 un acontecimiento marcó el principio del
fin de la Guerra de Sucesión española: la muerte del emperador José I, hermano
del archiduque Carlos de Austria, que dejaba el trono imperial en manos de éste. El cambio de monarca cambiaba también el
equilibrio continental porque, si Carlos de Habsburgo lograba la victoria en
España, podría formarse un inmenso y poderoso imperio parecido al que había
encabezado Carlos V. Por lo tanto, Gran Bretaña y las Provincias Unidas,
empeñadas en imponer una política basada en el equilibrio continental,
empezaron a negociar con Francia el fin de la guerra. Se iniciaron así, en 1713,
las conversaciones que terminaron por configurar el sistema de Utrecht, formado por los tratados de Utrech y
Randstat.
Las disposiciones del Tratado de Utrecht (1714)
supusieron el reconocimiento de Felipe V como rey de España y de las Indias,
aunque a cambio renunciaba a la posible sucesión al trono francés y a todos los
territorios que habían conformado el imperio hispánico en Europa.
Los acuerdos territoriales supusieron que estos
territorios quedaran en manos, principalmente, del Imperio austriaco, que obtuvo
los Países Bajos, Cerdeña, Nápoles y el Milanesado; Saboya obtuvo Sicilia (que
intercambió en 1720 por Cerdeña), Holanda obtiene el derecho de barrera,
consistente en mantener tropas en plazas fronterizas con Francia y el nuevo
reino de Prusia obtuvo algunas plazas en Flandes; por su parte, Gran Bretaña
retuvo Menorca y obtiene Gibraltar, además de importantes ganancias territoriales
en Canadá a costa de Francia.
En el ámbito geopolítico, la el sistema de Utrech acabó con los intentos de hegemonía llevados a cabo por Francia en la segunda mitad del siglo XVII, sustituyéndolos por un sistema basado en el equilibrio de poderes entre las tres grandes potencias supervivientes del conflicto: Francia, Gran Bretaña y Austria. Si bien la ganadora del reparto territorial fue
Austria, la gran vencedora desde el punto de vista político y económico será
Gran Bretaña, que logró imponer el equilibrio de poderes en Europa, a la vez
que obtenía un determinante dominio marítimo y comercial. A esto último
contribuyeron las cláusulas económicas del tratado, en las que se establecen
las concesiones comerciales realizadas por España en América: el “navío de permiso” y el “asiento de negros”. Por el primero,
Gran Bretaña era autorizada a enviar un barco anual, con un flete de 500
toneladas, para comerciar con las colonias españolas en América; por el
segundo, España entregaba a Gran Bretaña el monopolio del comercio de esclavos negros.
La política bélica del siglo anterior va a ser sustituida por un sistema de rivalidades entre Estados, divididos en distintos bloques de poder más o menos equivalente, buscando garantizar la paz. Aunque esto se demostró imposible, las guerras tuvieron un alcance más limitado y menos mortífero.
La política bélica del siglo anterior va a ser sustituida por un sistema de rivalidades entre Estados, divididos en distintos bloques de poder más o menos equivalente, buscando garantizar la paz. Aunque esto se demostró imposible, las guerras tuvieron un alcance más limitado y menos mortífero.
Para España, la firma de los tratados de Utrech y
Randstat, supuso la pérdida definitiva de su hegemonía territorial y política
en Europa, y el inicio del fin de su monopolio colonial en los territorios de
América. España pasará a ser una potencia de segundo orden, con un escaso papel
en las decisiones políticas en Europa, obligada a secundar la política exterior
de Francia, en su intento de convertirse en el eje vertebrador de esta nueva Europa.
Francia será el apoyo para intentar
recuperar algunos de los territorios perdidos en los acuerdos de paz. En el
interior, el fin del conflicto en Cataluña dejará abiertas unas heridas que se
abrirán pasado el tiempo tiempo.
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